La vida me trajo a estos lugares donde solo hay llanura y cielo, donde las luces del ocaso, colman con creces el día, derramándose en lilas desde el horizonte plano. Dorados rastrojos, descanso del sol al brillar. Ocres tierras labrantías, que dan color al vino, robustez al tronco del olivo, y rubor a la amapola en primavera. Inmóvil, el pastor, otea lejanías, único habitante en leguas. y con dulce ironía pregunta: ¿Tan mu hondas las aguas? acostumbrado a no verlas en el paisaje. Cauces secos cansados a la espera, de un agua, que no barrunta llegar, mineral guardado en las entrañas, a la espera que la tierra por sus ojos llore. Mirando, mis ojos, no ven montes, erigidos en la violeta matutina, alguna suave ondulación al horizonte. Escasos árboles, perdido el verde que mana de los recuerdos, palabras que surgen y no son válidas, otras, hermosas, todo lo nombran, y se van adentrando en mi, mientras respiro los aromas desconocidos, que me embriagan en un nuevo paisaje, en donde ya me encuentro sumergido. El ocaso ha dado paso al frío. Como seda se van extendiendo las sombras. Por las calles de la Ossa nadie pasa. Algún resquicio de luz se entrevé. Olor a sarmientos quemados en la chimenea, auspician el calor de dentro. Solo tierra, sombras, astros en el cielo, hacen la geografía desnuda de la noche. A resguardo todo, como el agua en el subsuelo.
