La Mancha

La vida me trajo a estos lugares
donde solo hay llanura y cielo,
donde las luces del ocaso,
colman con creces el día,
derramándose en lilas 
desde el horizonte plano.

Dorados rastrojos,
descanso del sol al brillar.
Ocres tierras labrantías,
que dan color al vino,
robustez al tronco del olivo,
y rubor a la amapola en primavera.

Inmóvil, el pastor, otea lejanías,
único habitante en leguas.
y con dulce ironía pregunta:
¿Tan mu hondas las aguas?
acostumbrado a no verlas en el paisaje.

Cauces secos cansados a la espera,
de un agua, que no barrunta llegar,
mineral guardado en las entrañas,
a la espera que la tierra por sus ojos llore.

Mirando, mis ojos, no ven montes,
erigidos en la violeta matutina,
alguna suave ondulación al horizonte.
Escasos árboles, perdido el verde
que mana de los recuerdos,
palabras que surgen y no son válidas,
otras, hermosas, todo lo nombran,
y se van adentrando en mi, mientras
respiro los aromas desconocidos,
que me embriagan en un nuevo paisaje,
en donde ya me encuentro sumergido.

El ocaso ha dado paso al frío.
Como seda se van extendiendo las sombras.
Por las calles de la Ossa nadie pasa.
Algún resquicio de luz se entrevé.
Olor a sarmientos quemados en la chimenea,
auspician el calor de dentro.
Solo tierra, sombras, astros en el cielo,
hacen la geografía desnuda de la noche.
A resguardo todo, como el agua en el subsuelo.
 

Escaso

Hoy, el día, ha amanecido escaso de luz,
la aurora, sin miramientos, lo ha entregado
y el sol aún se está despertando.
Exiguos también los trinos de los pájaros
que al primer canto lo han dejado.
Sin miramientos la niebla va poblando
todo el valle y se agarra a la montaña,
arrastrando los sonidos.
Ahora solo escucho a la nostalgia
que se instala porque es su medio.

Para que luego digan que los días
no empiezan condicionando...

Fúlgido reflejo

El orbe extendido en el abismo
la noche serena y calma.
Sobre el mar un camino plateado,
sin final o destino establecido,
en continuo movimiento,
ímpetu de encuentro de olas y espuma,
nacidos del mismo esplendor.

Desde la orilla, fúlgido reflejo,
contemplo el halo sobre las aguas,
el silencio presente me rodea,
callados los astros navegan en sus aguas.
Noche de universo en movimiento.
Asido a un punto firme, pero 
náufrago en la noche estrellada,
aferrado como un ancla en tierra,
con nudo fuerte de vida, miro.

El olvido natural del día

En el olvido natural del día

la luz cae en las crestas de los montes

encrespándose como oscuros muros,

después del espectáculo brillante,

en la profundidad ilimitada del tiempo.

Por los caminos desvanecidos

llegan olores oscuros del bosque,

resuena aún el sonido de pasos cansados.

Aún hay calor en la pradera.

A expensas del tiempo, unas vacas, pastan

indiferentes al avance de las banderas de la noche,

del río mana aún claridad y el sonido del agua,

se une al gorjeo de los pájaros en las ramas.

Es la emoción del orden.

Un vacío inmenso de la vida que se acaba.

En la eternidad de nuestro instante

En la eternidad de nuestro instante
cada uno mira a solas, 
abismando entre los recuerdos, 
finta de la memoria complaciente,
en busca de enigmas ignorados.

Balanceo en la acuosa Estigia.
Suave evasión de los contornos,
Elocuente fluir de los sentidos,
Células, átomos y miembros todos,
Huyendo del hontanar reseco.

Imposible ya el retorno
a claridades perdidas,
la luz del morir es de ocaso
sin un alba de esperanza,
no hay mañana presentida.
Sueño y realidad mezclados
En unidad con la nada.

Poema

¿Qué pretende un poema escrito, 
atendiendo a las métricas imperantes,
o a la tacañería de palabras, como Simónides,
especializado en epitafios cuyo limite pétreo,
le hacía no pasar de dos hexámetros,
concisos, para ser leídos por los condolientes
del difunto, negociado muchas veces en vida?.
El poema cobra vida, con medidas o sin ellas,
tal cual la magia del lector, en solitario, 
mueve los significados, salidos del fondo,
donde la memoria atesora, a su manera,
lo que en una vida se va acumulando.
Todo sale de las palabras y del modo,
pretendido, como ellas aparecen en el texto.

Caronte

Abúlico desciendo la vereda,

gastada de pasos ya sin cueros

Azabache saliendo al encuentro,

abisma las formas de los árboles,

el silencio en ondas apagando

los sonidos de la tarde 

hasta perderse en el olvido.

El agua con ansias de mar se acerca.

Nada interrumpe el andar,

del paso firme hacia la orilla.

Ni un guijarro siquiera

para, al tropezar, detener el tiempo.

Los pasos se acaban, 

El pasado se aleja,

El futuro se presenta.

Una barca, en la orilla, sestea

Sentado al timón, Caronte, espera.

Después

Después que el hombre haya desaparecido
y no quede rastro de él en la tierra,
Quedará en el aire un dolor contenido,
al no haber sabido como especie,
cantar a los sones de la naturaleza.
Dones perdidos en la quietud del tiempo.
Sin escuchar la voz del mundo,
sentados en su borde,
creyendo dominar el infinito,
soñando mejorar el mundo 
con el fracaso de ídolos mal construidos.

Después que haya desaparecido,
cuando ya nada se agite, todo
sin el hombre, seguirá fluyendo.
Tiempo de minerales y de rocas, 
transformación común de los mortales,
cambiantes los parámetros temporales.
La luna seguirá con su triste cara,
como una estrella única en el cielo,
que el sol entibia en la noche,
esperando enigmática, 
que gire al revés el tiempo en los relojes

Argéntea de pálida luz

Argéntea de pálida faz

que cruzas rauda sellando el final

del día con la mágica sombra, aún falta

llenar la plenitud de tu semblante, 

cuestión es de perspectiva, sin demora

en tu ascensión ciega cenital, al astro sol

ves huir, quedando tú con su arrebol,

dispuesta a cederle al que alumbra,

terminada la amelga de la noche, 

el resplandor de la enigmática penumbra.

San Miguelito. Lago Nicaragua

La noche se doblaba de puro calor.
Denso el aire al respirar oliendo
a mezcla de frutas maduras.
Lento se orillaba el barco a la pasarela
de madera que se adentraba en el agua,
sin norais donde hacer el atraque.
La luz mortecina del barco iluminó,
el silencioso bullicio en tierra, que
ansioso contemplaba la maniobra.
De la oscuridad salían, como actores
a una escena ensayada, vendedores
de tortas, frescos, aguas y cervezas.
Algunas cabezas, de los chinchorros 
colgados de cualquier enganche,
miraban, sin abrir del todo los ojos,
con escaso interés por las vituallas.

Con parsimonia y dedicación,
se llenó la nave de plátanos y piñas.
Se fueron retirando las gentes 
en medio del denso calor de medianoche,
y lentamente la quilla rompió el cristal del lago.