Sentado en una silla de playa.
Encaramado en la duna y en la mano el arco iris,
mira al lienzo, aún en blanco y lo traslada al paisaje.
En ese momento mágico surgen:
un cielo, sin nubes, como pintado de hierba azul,
que llega, perdiendo el color, hasta el borde del agua
y ésta, en el límite infinito, color garza grisácea.
En ausencia de nubes, surgen como espuma,
rompientes y bravas olas que llegan deshechas a la orilla.
Dos desgastadas piedras redondas, juntas en la playa,
esperan ser mojadas por las mortecinas olas.
Ensimismado en la creación del lienzo,
levanto la vista y veo la realidad cambiante.
El agua ya cubre las piedras de la orilla.
Las olas han prestado espuma a unas incipientes nubes.
En el horizonte, entre cielo y mar azul se sitúa un barco.
En la cercanía vuela graznando una gaviota.
Una barca metálica y tintada,
se desliza por un río de leche.
En sus orillas las silentes palabras esperan
el momento oportuno para zambullirse.
Sin saber nadar sale
"el amarillo"
salpicando todo se agarra a la línea de la barca.
"De las hojas"
entra en el blanco chapoteando.
La barca sigue y
"de los árboles"
se tira enganchándose fuerte al hilo, cuando
"en Otoño"
nadando ágil, llega al pie del árbol.
La barca no da tregua y a un ritmo frenético salen:
"aumenta"
"su esplendor"
"con la luz"
"del ocaso"...
El paso de los años no ha borrado
lo extrañamente hermosos que son tus labios
cuando te beso,
viajando con ellos al pasado.
Y aún en la noche, al contemplar la luna,
siento que es liviano el peso de los años,
generosa es la costumbre,
que fabrica la añoranza disponible.
Iguales calles de igual forma transitadas.
Bellos paisajes, durante tantos días que pasaron,
pisando las hojas caídas del tiempo,
con el mismo sonido de nostalgia,
de unos pies algo más cansados,
pero intactos de ansias y emociones,
por senderos, con deseo común de transitarlos.
Siluetas que van dando forma a una historia
que ahora somos, mirando a la luna,
preludiando el alba que siempre llega.
En este otoño luminoso y cálido
donde la luz disfrazada de estío
ilumina el estremecimiento de las hojas,
ya sin verde, acariciando el aire
en un vuelo repetido y esperado,
cayendo en un abismo de silencio y ámbar
encendiendo el suelo tapizado.
Conserva mi memoria
el eco de las hojas al caer
provocando un chorro de nostalgia,
resbalando por mi cuerpo hasta los pies.
La memoria retiene, caídas ¡tantas hojas!
¡en tantos otoños! de igual forma,
en los márgenes del camino acumuladas,
esperando un viento que las lleve,
mientras mis pasos cansados,
hacen crujir, las secas hojas
quejándose dulce y blandamente,
sin lagrimas, por la ausencia doloridas,
del que queda desnudo nuevamente.
Entre el nocturno ruiseñor y la alondra mañanera
el humo de los sueños del vivir en la penumbra
suena entre los rincones de cualquier urbe
allí donde descansa la existencia humana.
Descansan los deseos satisfechos
y al acecho aquellos que no fueron deseados.
Ilusiones infantiles saciadas de peluche
esperanzas como densas nieblas en la nada.
La fatigas cotidianas guardadas bajo llave
ahora silencio, dormir, olvidar todo,
lejos aún el canto de la madrugada,
como una muerte sin duelo y sin lagrimas.
Oyendo a las sirenas melodiosas entonar
las mismas voces ulíseas desde el mar:
claro, sereno, límpido, hermoso en su azul
iluminado por un sol que no acaba,
hasta escuchar la alondra despertar.
La soledad y el sueño se ciñen en un abrazo.