Mileto

Ya no llega el agua del mar 
al que fuera importante puerto de Mileto.
Queda ahora lejos, después que 
las corrientes del Menderes,
fueran depositando su sedimento,
alejando cada vez más al Ponto

La isla de Lade, hogar de nereidas,
es ahora promontorio unido a tierra.
Las olas del piélago no blanquean,
sus orillas, al paso de naves de curvadas quillas,
en un infatigable batir de remos,
huyendo del brillante torbellino,
a atracar en puerto seguro.

Por los restos de bloques calcáreos,
bien tallados  de la ciudad que, fue cuna del saber,
solo transita el silencio, 
que mueve, según Anaxímenes
el invisible y primitivo aire. 

Los pasos de un pastor, cobijado
bajo un caperuza de cuero duro,
protegiéndose de un fuerte aguacero,
principio de todas las cosas,
suenan lentos y sin destino,
le sigue un exiguo rebaño,
interesado en degustar las hierbas,
que entre las talladas piedras sale.

Ha dejado de llover al entrar
en el ágora descolumnada.
Se sienta sobre un bloque calcáreo.
Diariamente contempla esta explanada,
donde se discutía, hace siglos,
la constitución material del mundo.
Con el único sonido de las esquilas,
sin más principios de las cosas, 
definido y finito, 
que el que marcan los días,
necesarios para acrecentar su rebaño.

En la cara de un cubo de piedra,
un rayo, entre nubes, de sol
divide en diagonal el cuadrado...


La margarita

Al igual que la margarita

la vida tiene pétalos, o inflorescencias,

que vamos con el tiempo arrancando,

sin adivinar el «quiere o no me quiere»

que coincida con el final.

El tiempo y su historia llenaron 

cada pétalo blanco arrancado.

El viento, ahora, los lleva al olvido

y en su vuelo desprende palabras,

que caen sobre el último pétalo.

Ceniza de lo que ha sido tuyo.

Una rosa

Una rosa se ha aventurado

a salir en invierno.

Sus pétalos frágiles

responden al tierno sol

que tímidamente calienta

engañoso en la estación.

Sale del sueño de ser,

dispuesta a mostrar, en el frío,

su calor del color estival.

Las abejas ateridas

no se paran a mirar.

En el suelo y escarchadas,

las últimas hojas otoñales

observan, con envidia,

¡tanto impulso!

Mientras ella decidida

voluptuosamente despliega

los pétalos para recibir al sol.

Las ramas desnudas de los árboles

lanzan oblicuas miradas.

En ellas, tres gorriones adolescentes,

quietos, contemplan extasiados

hasta donde pueden ver…

Llegada de la primavera

La llegada de la primavera dilata el día

llenándose de luces y aromas,

transportados, en sus trinos,

en la frenética actividad de los pájaros.

Sorpresa al inicio del solsticio,

que la costumbre luego trastoca en

plácida y calurosa  monotonía.

Acordándome de lo veloz del tiempo,

deseo atrapar estos momentos,

a sabiendas de que el ciclo ha de volver.

Así en rápida carrera vuelan los días,

acercándose a un destino,

previsto pero difícil de entender.

Cristales del crepúsculo

La tarde cae sobre Manhattan.

El sol, en su marcha, enciende los ventanales

de los elevados edificios,

al mismo tiempo que desde dentro,

empiezan como luciérnagas sobre un árbol,

a iluminarse en recuadros dorados,

compitiendo con el sol en una carrera,

que éste sabe perdida, porque está a otra cosa.

¡Cristales del crepúsculo¡

Hay un tiempo en que se vislumbra 

aún la actividad interior de oficinas,

hasta que el sol ya ido, dejó la oscuridad

invadir cada rincón de la ciudad.

Las calles como venas de un gran cuerpo,

energéticas mueven la sangre roja

de los coches que no paran.

Aguas del mar océano

Aguas del mar océano,

transparente gruta de la vida,

refrescante caricia de la tierra

por húmedos brazos ceñida,

vestida de plata y gasa

cuando la fugitiva luna ilumina.

En su cielo interior constelaciones

de peces brillan como estrellas.

Firmamento inquieto en su trayecto,

mareas ansiosas de llevar a lo profundo,

diminutas partículas de la tierra,

arañando hasta deshacer la firmeza,

dejando la roca desolada

volviendo al origen de su existencia.

Por los ríos te comunicas con la nieve,

en el vapor gélido de los glaciares,

aguas presurosas por llegar al vientre,

a mezclar el infinito material transparente,

reservado a generar nueva vida,

en un ciclo que no muere.

Adagietto

Unas notas del arpa, inician

el Adagietto de la 5° de Mahler.

Lento en el Adagio, van apareciendo notas,

como la luz crepuscular sobre el agua en movimiento

que se deshace en esquirlas iluminadas 

y que forman el haz del sol en el momento oscuro de las horas,

al final, en el límite del día.

Juntas las notas van formando melodía y las cuerdas,

melancólicas, arrastran y lo envuelven todo,

en un paroxismo de los sentidos, 

desposeídos de luz. 

Solo iluminan los sonidos.

Partenón


Los silentes calcáreos peldaños,
la tenue luz inicial (apenas nacida),  
la fresca y suave brisa matinal,
acompañan mi subida iniciática
por los graderíos propíleos,
hacia la morada de la diosa en la tierra.

Busco huellas de otros pasos
guiadas por incomprensibles
compromisos divinos, 
que a lo largo de siglos, 
aumentaron las humanas penas.

Pétrea naturaleza,
nacida lentamente en pretéritos mares,
arrancada del erguido Pentélico,
transformada por el terrenal Pericles.
en un mar de espuma marmórea,
modelada en la más sublime belleza,
que ojos puedan contemplar.

Mar sin brisas,
sin olas, sin azul…
detienes mi subida en el último peldaño,
para aspirar el aroma,
evocación del mar original.

El destino está más arriba
en el bosque lítico que albergó 
a la guerrera letrada.
El añil celeste, da paso lentamente,
a la cúspide del frontón desvalijado,
que la belicosa diosa no defendió,
Y la vista desciende,
desde la cúpula de los árboles dóricos,
hasta su base,
arrastrando los párpados,
para atrapar 
¡tanta hermosura acumulada!.