No supe cuando se rompió el atardecer.
Algunas esquirlas doradas mostraron,
sin que hubiera continuidad,
que el sol cansado, como diariamente,
había cruzado el invisible ocaso.
Sin fuerza de fuego las velas se apagaron
como luces mortecinas envueltas en una niebla
tan cerrada, que parecía el cielo a ras de tierra.
Pegada al cuerpo como el mar cuando
en verano te sumerges en sus aguas.
Sin ver más allá del gris.
Ciego a todo.
La vista trocada en tacto, ahora,
extrae de la memoria objetos conocidos.
Solo los sonidos se trasmiten por el gris.
La mano acciona la manilla de una puerta.
Adentro luces encendidas iluminan
delimitando los contornos de las cosas.
Al cerrar la puerta una tenue nube gris
se va lentamente disolviendo en el aire.
