El pensamiento es como un ave

El pensamiento es como un ave
que revolotea entre las hojas del pasado,
hurgando en el abismo de la vida, 
recuerdos que surgen diferentes
en el deseo de modificar el ayer, 
ansias de descifrar encrucijadas..
Volando entre intrincadas ramas.
formas invisibles del olvido,
sin mañana para el canto de la alondra,
desfilan como sombras en un océano perdido,
que los sentidos, reviven y transforman.

Lo que fuimos se deshace en el olvido
junto a lo que no pudimos ser,
es el luminoso presente el que conforma
y nutre la realidad, con atrezzo del pasado,
obligando al futuro a volver otra vez, hasta
extinguirse como el rayón de tiza en la pared,
cuando llega la esquina y dobla,
poniendo fin a la eternidad.

Sibila

Subes los escalones de piedra.

Aun sin desgastar por el uso,

que otros admirarán pasado el tiempo asombrados,

y compruebas cuan firme deja la pisada

cuando te diriges con tu vaso votivo hacia lo alto.

El trípode está preparado para que asciendas también a él

y proclames el devenir.

Tan solo a ti te es dado saber

lo que oculta el velo espeso del futuro.

Por eso todos te admiran y respetan,

mientras respiras los vapores que te ahogan el pecho

y temes tener que vaticinar tu muerte,

pues cada vez te asfixias más.

Es el pago por ver más allá de lo cotidiano.

La alondra

La alondra, con sus enigmáticos trinos,
tira de los hilos rosados de la aurora.
Inflamada de deseo silba a la luminosa
que todo lo inunda y vuela hacia ella
engañada por los flujos brillantes,
eligiendo rosados rayos que, al volar
hacia ellos, se transforman en vacío,
iluminando, luego, las sombras del suelo,
donde los gorriones, ahora despiertos,
picotean las perlas doradas de rocío.

Revolotean jugando con el aire en el cenit.
Es el fulgor del día.
El viento se lleva hojas y sombras
y las deja atrapadas en un rincón.

Las sombras de los árboles se alargan
se dirigen raudas a lo alto del crepúsculo,
la tarde se lleva al mundo y pasa,
la alondra canta su muda canción.

Pretérito perfecto

He salido al campo sin relieve.
He visto al cielo azul aplastar la tierra.
He mirado la línea, algo curvada,
donde se encuentran ellos.
Me he dirigido por un camino recto
trazado parece hasta la confluencia,
y he hecho la pregunta:
¿hasta donde he pretendido llegar?
He ido dejando amapolas rojas,
que han goteado en el amarillo
y como ojos enrojecidos de mirar al sol
han bajado ligeramente la mirada.
También me he fijado en tres piedras,
redondas, desgastadas, quietas,
en descanso de anteriores inquietudes
como su forma manifiesta.
Y no han dicho nada.
Poco a poco ha ido apareciendo
la copa oscura de una encina,
entregando su sonido a la brisa.
Solitaria, robusta de tronco
he sentido la necesidad de rodear con los brazos
la rugosidad de su piel
y me he sentado a su pie y
he recostado mi espalda en su tronco.
he descansado,
he sonreído y
he vivido

Cabo Formentor

Rocas blancas mesozoicas,
resplandecientes y agrietadas cicatrices
con acantilados pavorosos
acariciados en su base por latidos
de un mar al que navegar intentas. 
Gota de agua primigenia donde,
perdido ya el tiempo y su origen,
en los rincones salobres y someros 
una alfombra de muertos sin ventura
fraguó el hierro de tu consistencia.
Cárcel de piedra y soledades
rutilante resplandor, cuando la luna,
Impregna de espuma tus márgenes calcáreos.
El apacible mar, siente envidia 
y abombando su acuosa llanura
rompe su estructura en blancos fragmentos
que lanzando con furor marino,
contra tu frente endurecida, 
la salpican de espumas y magnolias.

La montaña

La montaña saturaba la vista 
de un silencio majestuoso.
Una maraña de azules, verdes y grises,
colores desprendidos del paisaje,
en una apoteosis de luz,
se mezclaban dando paso,
sin movimiento alguno,
a una oscuridad indefinida
surgida de hacinamientos inquietos
de diferentes elementos que veo
y que poco a poco se van
 homogeneizando,
presencia y ausencia de formas,
en una ceguera densa
en el final de la tarde.

Solo una línea indefinida
delimita el contorno de la montaña.

La gaviota

El agua en su oscilación inquieta,
sube y moja la piedra labrada en caliza.
En el descenso de la oscilación,
liberado el sillar, 
brillaba en la oscuridad y se destacaban
algas verdes plateadas, pegadas a su superficie.
Como saliendo de un oscuro abismo
una gruesa maroma tensa, se enrollaba
como serpiente al negro metálico noray,
emitiendo un chillido sordo por el roce.
Mirando fijamente a la bocana del puerto,
una gaviota, iluminada, como el conjunto,
por un farol herrumbroso, espera la llegada
de los pesqueros cargados de comida,
en una arribada ansiada pero segura.

Viento

De vehemente cólera arrastrado
el veloz Noto va reuniendo
nubes blancas, como ovejas,
contra el aprisco de los montes
Entre los huecos aparece 
el tibio sol de la tarde, iluminando
las piedras gastadas del camino,
que amortigua la fina música de los pasos,
ascendiendo hacia el cordal.
Quedan atrás los últimos árboles
del bosque en su penumbra,
remarcada en sus ramas la estación,
atrapando, del sol, los últimos rayos
buscando un definitivo resplandor,
a fuerza de costumbre y armonía,
que ponga límite a las sombras.

Sigo oyendo el ruido de mis pasos,
por camino de sobra conocido,
busco piedras ya antes pisadas
y detecto en ellas la comodidad del paso.
Miro con gratitud hacia atrás
y allí veo el brillo de su superficie, 
a la espera de otros pasos...

Un grajo me hace sentir el viento,
viento que dibuja los versos,
de un decorado que es real,
no engaño que alienta en cada vida,
desvaneciéndose en su final.

La luz se marcha y lleva los colores
confundiéndose en un abismo,
con anhelos de Alba.

Sonidos del mar

No debe perderse la costumbre
de escuchar los sonidos enigmáticos del mar.
El rugido furioso cuando encrespado
amaga con tragarse la orilla, con olas
que estallando en mil pedazos
llegan remansadas a la arena.
La constante abrasión de los cantos rodados
en su ir y venir en la oscilación de la marea.
Sonidos de su enérgica respiración
que calma nuestros sentidos descansando
la vista en el horizonte ¡tan lejano!
Pasa volando una gaviota y añade con su graznido,
los agudos que le faltaban al paisaje

Es invierno en los árboles

Es invierno en los árboles.
Los pájaros traen, en sus picos,
primicias de primavera,
que el aire se lleva 
porque no es tiempo aún,
de calentarse la tierra.
En un recodo del camino,
entre helechos y madreselva
unas prímulas amarillean,
como un fogonazo iluminando,
tanto verde de las yerbas,
que mirando sorprendidas dicen:
no es tiempo aún de primaveras.
Las luces del crepúsculo doran
las crestas desnudas de los árboles,
conteniendo el aliento suspiran,
por las últimas fronteras de la tarde.
Lentamente van las sombras
colgándose en silencio,
de las ramas de los árboles.
Breves gestos, casi invisibles,
para los ojos habituales.