La mosca en el borde de la mesa

A Ana y Jose

Tarde de estío en la plana Castilla.

En el corralón de la casona,

las acacias mitigan el calor.

Verde con fondo azul.

En el aire zumba un moscardón,

y en el alero del tejado

se ha parado una golondrina.

Silencio en el silencio.

El azul grita de calor, mientras

una mosca recorre, ligera, el borde de la mesa.

Un punto del infinito es esto,

y alrededor más infinito,

enmarañando el  concepto.

Barcarola de tumultuosa soledad,

varada  en un mar también infinito,

debajo de los brazos, llenos de quimeras,

yo, pobre habitante perdido en este mar amarillo,

me acerco al borde del mismo,

los días fueron creciendo sobre mi,

casi sin que me diera cuenta.

Y eso fue vivir.

Corriendo entre malezas y viento.

Lunes sobre martes…luego los domingos,

Tan alegres y tristes, con anhelos invisibles,

en las partes oscuras de la atmósfera…

La mosca sigue su camino, en el borde de la mesa.

Álamos

Álamos del río en su ribera,

delimitáis el curso de la inquietante 

y apresurada agua, por llegar

siempre puntual a su cita con el inmenso

Lloráis como las hijas del sol,

ambarinas gotas que adornan 

vuestras temblorosas hojas,

pasada ya la luz de la luna,

después que las estrellas hayan

dado por terminada su carrera,

para que el río las lleve al salado.

Viéndoos, Climene reconocerá 

el destino de sus hijas al haber ayudado

a su hermano a hurtar las riendas de los rayos

del que diariamente todo ilumina.

Moiras

						A Santiago Lanchares

Hilanderas nocturnas
que tejéis los humanos destinos,
sin necesidad de luz,
dejándonos sin ella a vuestro antojo.

Láquesis hilando sin descanso
mientras Cloto enrollaba el hilo.
¡Que grato y suave me parecía vuestro hacer!

Tardé en darme cuenta
del brillo de las tijeras de Átropos
en este prematuro atardecer, 
en que un tenue sol ,
me trae vuestra apoltronada imagen pétrea,
mutilada, donde el frío de vuestros mantos refleja,
que también a vosotras os llegó un día el final,
desposeídas del sublime lugar que ocupabais 
en la arquitectura de vuestra existencia.
Las Moiras del frontón Este del Partenón de la Acrópolis en poder el Museo Británico en Londres.

En el profundo de los recuerdos


Siento la noche inmensa gravitar
en el profundo de los recuerdos.
Entre ramas oscuras movidas por los sueños
aparecen inermes los momentos.
Desde el alba, en los orígenes,
casi imperceptibles en la lejanía,
hasta el último acaecido que
se apresura a buscar su sitio
cercana y aún reconocible.
¡Frondoso bosque mío!
Todo lo vivido,
entre claridades y sombras,
camino intransitable ya.
La luz en tus oquedades,
hasta donde el recuerdo deja,
adentrándose en valles.
en cuyas laderas se mueven las sombras,
hasta que aparece el río, la pradera
y los verdes alisos limitando la ribera.


El sol

El sol, cada mañana, 
envidioso de la aurora rosada, 
revuelve sus cabellos, cuando esta,
dulcemente los peina 
en la luminosa alborada.

Pájaro dorado por el cielo,
encendiendo mil luminarias,
aún pelos rosados flotan en el aire,
que luego transforma en rojos
de un ocaso sangriento.

Amapola

Como gota de sangre sobre el trigal
sola en medio del ardiente amarillo,
elegiste retardar tu estancia.
Ya pasaron los verdes trigales 
inundados de rojos.
Tu decidiste agosto y sola,
con todo el amarillo mar para ti.
Contemplo tu balanceo,
frágil, suave, delicado.

La puntual aurora
añade un ligero color morado
al rojo de tus pétalos.
El rojo intenso del mediodía,
lo engrandece el sol.
En el ocaso, pierde intensidad
y tiemblan, con temor, los pétalos.
La escasa brisa del atardecer,
desprende uno ya ajado...

Mediterráneo

La luz del volcán,

no su calor,

me permitió lanzar la mirada

al  infinito azul,

que, bañando el acantilado,

se prolongaba, tranquilo,

retando a un navegar

en busca de lo ignoto,

de lo prohibido,

saltando los límites

que el conocimiento

impone del orbe,

sin miedo a Cíclopes,

creadores de islotes,

ni estrecheces rocosas

que impidan el paso.

Todo libre, aparentemente,

surquemos las aguas liberadoras

para ver, en el más allá,

quién lo habita y cómo es.

Una mirada amiga siempre habrá

que te reciba y espere,

que relates,

cómo es este lado.

Estagira

A  Ángeles G. Weruaga

La última brisa de la tarde
encrespa la mar en diminutas olas,
pintando el azul continuo 
con laminillas blancas,
como pétalos caídos en primavera.
Las hojas de un olivo muestran al unísono
el envés, adornando la mirada.
Exiguo espacio, delimitado por piedras,
huesos que el tiempo ha preservado,
oculta pasos, perdidos, sin sonido ya,
del que su vida dedicó a marcar huellas.

Sentado sobre una de ellas,
contemplo el mar junto al olivo,
entre sus ramas, me acompaña un mirlo
con su alocado canto del atardecer,
y acaricio, con nostalgia, un guijarro.

Agrigento

Fascinaste a aquellos que,

desplegando velas

por las saladas aguas,

navegaron hacia lo desconocido

hasta que,

exhaustos y deslumbrados

por tus acantilados blancos,

acercaron a la costa

cóncavas naves

empapadas ya sus maderas.

Deudores de los dioses,

tallasteis fosilíferas rocas

elevándolas majestuosas

construyendo así,

una arquitectura votiva,

grata a los insaciables destinatarios.

¡ Esfuerzo humano

para satisfacción divina !

Paisaje de la Mancha

Paisaje viejo, gastado, plano
donde la naturaleza se da un respiro
a otros tiempos de fatigas.
Todo consumado.
Lanzo la vista y el horizonte se aleja
hasta infinitos e inimaginables lugares.
Tierra rojiza, de pedregales,
donde hombres, también duros,
han sabido escucharla y, con esfuerzo,
extraer la abundante riqueza que atesoraba.

Un chozo blanco en la viña
refleja el sol del atardecer, como
un  espejo que quisiera reproducir
hasta el infinito, la aplastante luz
de estas tierras; en el, ahora 
se apoyan, viendo irse al astro,
hombres callados, --todo ya dicho--,
cansados de mirar sin saber adonde,
terrosos como la viña, duros
como el pedregal, resignados
como lo está la vid esperando
que alguna nube descargue,
sobre sus resecos sarmientos.

Algún día volverán a surgir,
nuevas montañas, nuevo
paisaje, nuevas ilusiones,
nuevas contemplaciones
en un atardecer, cálido,
donde el horizonte se acerque
y haya donde posar la vista,
despidiendo al mismo sol.