La noche se doblaba de puro calor.
Denso el aire al respirar oliendo
a mezcla de frutas maduras.
Lento se orillaba el barco a la pasarela
de madera que se adentraba en el agua,
sin norais donde hacer el atraque.
La luz mortecina del barco iluminó,
el silencioso bullicio en tierra, que
ansioso contemplaba la maniobra.
De la oscuridad salían, como actores
a una escena ensayada, vendedores
de tortas, frescos, aguas y cervezas.
Algunas cabezas, de los chinchorros
colgados de cualquier enganche,
miraban, sin abrir del todo los ojos,
con escaso interés por las vituallas.
Con parsimonia y dedicación,
se llenó la nave de plátanos y piñas.
Se fueron retirando las gentes
en medio del denso calor de medianoche,
y lentamente la quilla rompió el cristal del lago.