Hasta que la luna emprenda su nocturno vuelo
permaneceré contemplando cómo platean
las finas ramas desnudas del abedul.
Hasta que la luna cruce, sin mojarse,
el cauce del río que lleva apresurado su carga,
contemplando estaré, en la orilla,
su plateado vaivén y su susurro.
Hasta que la luna caiga, por el borde oscuro del monte,
al otro lado, enigmático, para empujar a la aurora,
esperaré con la nostalgia teñida como frutos plateados de la luna,
a los sabrosos frutos dorados del sol.
