Tras los nubarrones otras nubes acechan
El murmullo de la brisa nos lleva
al fondo de la tarde, sin mover hojas,
sin decir nada. Muda y callada,
repite la historia contada:
No hay muertos abandonados.
Tapiz de hojas secas que pisamos,
quejido al caer gotas de lluvia derramada,
lágrimas clandestinas que no sofocan
el dolor prohibido durante ¡tanto¡
Debajo de las hojas, tierra removida,
con angustia del uso inmediato,
empapada de sangre vibrante,
tapada con losa de silencio,
donde no se oye el canto del mirlo
en los atardeceres destinados,
apelmazada por el agua de lluvia,
aplastando restos de vidas truncadas,
que la muerte vestida de azul oscuro,
con la luz del crucifijo, para ahuyentar
otros males, visitaba.
Muertos bajo el aullido de los lobos
El agua no lavó la maldad que queda,
se infiltró a refrescar las frentes
de los que, un día, sin vida se quedaron,
alguna gota es lágrima por alguien derramada.
