Empujada por un suave viento
penetra por el valle,
imparable, espesa, opaca
creando un mundo misterioso
al disolverse en el bosque.
Llegan ecos ancestrales
al silencio inquietante
del roce de la niebla con las hojas.
Un olor a humedad
despierta los sentidos de los líquenes
que se preparan al festín.
Los árboles
acostumbrados a la finísima seda
se dejan envolver.
Los pájaros
miméticos y quietos
se acurrucan y esperan
los luminosos haces de sol
atravesando la fronda.
Después de que el sol alcanzara el cielo,
surgido del horizonte del mar en calma,
iluminando todos los rincones de la isla,
las dos pentecónteras inician su delicada travesía.
Hundidas hasta el borde por el peso,
el mar las acoge gustoso en su azul.
Con fuerza los pulidos remos, empujan
la cóncava nave hacia el infinito mar.
Tranquila y lenta es la navegación.
Hinchadas las velas hasta el límite.
Solo el golpear de los remos suena.
Estelas cansadas dejan las naves.
El cielo va cubriéndose de raudas nubes.
Ráfagas tremendas hacen bramar las velas.
Se aterran los remeros y la nave se agita,
las olas rompen espumosas contra el casco.
Sobrepasan las olas la regala de la nave.
En poco tiempo el casco se llena y se hunde.
Flotando quedan los supervivientes
auxiliados por la otra nave. Ateridos
y aterrados confían en que la petecóntera aguante.
Los esforzados remeros, asustados y alejados
de tierra firme, solo en el mar apoyados,
ven en la nueva situación,
posibilidades de ser sustituidos en el remo,
por los rescatados de la hundida nave.
Los responsables de barco, aseguran
los amarres del blanco bloque de mármol.
Y las nereidas, en el fondo, en tremenda bataola,
celebran haber arrebatado a la diosa,
parte de las tejas del ya afamado templo.
El mundo conocido es lo que alcanza
la vista, sentado desde la atalaya
desde donde aprendió a mirar el mar,
encrespado cuando sopla el Céfiro.
Ahora el azul se extiende calmo a sus pies.
En el puerto se afanan en la carga de las naves.
Han traído arrastrados por rodillos
blancos bloques extraídos de la cantera.
¿Adónde los llevan las magníficas naves?
¿Qué lugares, en el ignoto mar, hay
que necesiten de estas brillantes piedras?
Su padre, esclavo en la cantera,
le ha dicho que de ellos salen figuras y
elevadas columnas en grandes templos.
Lentamente ha bajado hasta el puerto.
Distingue, sudoroso, a su padre tirando.
Se acerca lo más que puede y le dejan
al reluciente bloque de mármol y quiere
distinguir, en lo informe, algún indicio
que le diga, cuál es el destino que lleva.