Niké áptera

Fue Fidias acaso o tal vez Lisias,

el que inmortalizara al Magno.

¿Quién te tomó esa instantánea pétrea

mientras la correa de tu sandalia

pretendías asir para atarte?

Descuidadamente tu glauco pecho

estiró la túnica que levemente lo cubría,

al mismo tiempo que la tela ceñía 

tu vientre de espuma originaria

Narciso

Cerca del río,  en el soto,

al arrullo de la fresca música del agua,

y queriendo mirarse en ella,

un narciso inclina la cabeza

con ansias de alcanzar el azogue

que flotando, sin interrupción, baja.

Un cuervo negro vaga por la orilla

destacando entre la escasa nieve,

que aún conserva el prado.

Multitud de ojos escudriñan el espacio.

Y él, aún henchido de ansiedad,

se estira para ver la música que pasa.

La felicidad se desvanece, 

como la luz del sol al paso de la nube:

El agua inconsciente, cantando pasa, 

sin dar la imagen que el narciso espera,

abrazado a imágenes fugaces.

Del cuadro sale volando el cuervo.

La campana se levanta hacia el sol

mostrando sus dorados estambres,

un insecto se para a libar en ellos.

Ruinas

Piedras oscuras, gastadas ,

Ahora tumbadas sobre el suelo

en un desorden incomprensible,

columnas, sin órdenes,

con sus veinticuatro acanaladuras

alrededor de su cilindro,

separadas en tambores

mostrando su eje,

sustentaban pórticos majestuosos

de entrada al recinto del dios,

tallado en finísimo mármol blanco,

interpretado por el martillo y el cincel,

asumido rápidamente por las mentes

deseosas de cambiar,

dioses lejanos en el espacio,

por otros de figuras más humanas,

yacen también desparramados,

mutilados e irreconocibles,

perdida ya toda devoción,

sustituidos por otras deidades,

a imagen de los mortales

Petirrojo

Que haces ahí, parado e inquieto.
Con tu pechera naranja, mirándome.
Tardé en fijarme en ti,
ensimismado estaba, contemplando
en mi interior, como se va acomodando
nuevamente lo perdido, esperando
no haber perdido demasiado.
Mirabas,
inquieta la cabeza,
como preguntando algo, pero
no he sabido interpretar nada.
¿Sientes también la soledad interna de tu cuerpo?
No son inquietudes de petirrojo…

Muerte del mar

Inmenso, lleno, oscuro en la tarde.
En calma, como en dominio de la muerte.
Naranja luna saliendo en el horizonte,
camino de luz hasta la orilla,
partiendo en dos el visible infinito.
Gotas a la espera de un nuevo ciclo.
Algunas aún conservan el aroma de la rosa,
lo que era diurno rocío de plata en la mañana,
dando brillo, ahora, a los peces sus escamas.
Muerte del mar, con agua de rosas y luna.

Dodona

Noble roble

en la hondonada de Dodona.

Ni el canto armonioso del mirlo,

ni el enigmático canto de los cuervos,

ni los nerviosos movimientos

del doméstico gorrión,

saltando sin cesar

alrededor de tu tronco,

superaron al levísimo susurro

del viento en tus dentadas hojas,

para vaticinar los destinos humanos.

Te adoraron,

te engalanaron

te protegieron con muros bien labrados

para que el oráculo fuese favorable

o por haberlo sido.

Tú orgulloso crecías

y te ramificabas,

como un roble,

viéndote magnífico.

Solo el mirlo, el cuervo y el gorrión,

indiferentes a tanta incógnita,

disfrutan de tu fronda

y de tu sombra…

Flauta

Atrapada entre los dedos, la brisa

atempera los sonidos que surgen

para el deleite de los sentidos,

en las hogueras de la tarde.

Como neblina ascienden sonidos

engarzando las ramas de los árboles,

la luna en lo alto del monte mira

entonar la música a los pastores,

                           eternamente,

como antes Pan enseñaba a Dafne

sutiles melodías en la flauta

para deleitar a Cloe.

Donde no clarea en la negrura,

prestan su luz los sonidos.

El mundo reducido a nada,

en el final de la tarde.

Orgulloso el aire entrega sus secretos,

sin olores, en la quietud de los pájaros,

creando las sombras de la noche.

Claroscuro

El impetuoso otoño y sus colores

irrumpió desde el estío sin mostrar 

su verdadera osadía cromática.

Como un heraldo voceando avisos

teñidos de rojos, pardos y amarillos,

sobrios dorados que las hojas visten

como últimas galas antes de la entrada

desnuda y blanca del invierno.

Atrás queda el exuberante verde

que envolviendo el bosque oscurecía

los recónditos rincones refugio de las aves

dejando pasar entrecortada la luz

en un claroscuro, equilibrando

la variada distribución de luces y sombras.

Haces luminosos en destello,

de un sol de rayos inclinados

dan un tinte especial a los objetos.

repitiéndose, aquí y allá, en un eco luminoso,

donde La Tour se mostraría extasiado.