Sentado en una silla de playa.
Encaramado en la duna y en la mano el arco iris,
mira al lienzo, aún en blanco y lo traslada al paisaje.
En ese momento mágico surgen:
un cielo, sin nubes, como pintado de hierba azul,
que llega, perdiendo el color, hasta el borde del agua
y ésta, en el límite infinito, color garza grisácea.
En ausencia de nubes, surgen como espuma,
rompientes y bravas olas que llegan deshechas a la orilla.
Dos desgastadas piedras redondas, juntas en la playa,
esperan ser mojadas por las mortecinas olas.
Ensimismado en la creación del lienzo,
levanto la vista y veo la realidad cambiante.
El agua ya cubre las piedras de la orilla.
Las olas han prestado espuma a unas incipientes nubes.
En el horizonte, entre cielo y mar azul se sitúa un barco.
En la cercanía vuela graznando una gaviota.