La tarde cae sobre Manhattan.
El sol, en su marcha, enciende los ventanales
de los elevados edificios,
al mismo tiempo que desde dentro,
empiezan como luciérnagas sobre un árbol,
a iluminarse en recuadros dorados,
compitiendo con el sol en una carrera,
que éste sabe perdida, porque está a otra cosa.
¡Cristales del crepúsculo¡
Hay un tiempo en que se vislumbra
aún la actividad interior de oficinas,
hasta que el sol ya ido, dejó la oscuridad
invadir cada rincón de la ciudad.
Las calles como venas de un gran cuerpo,
energéticas mueven la sangre roja
de los coches que no paran.
