Ya no llega el agua del mar
al que fuera importante puerto de Mileto.
Queda ahora lejos, después que
las corrientes del Menderes,
fueran depositando su sedimento,
alejando cada vez más al Ponto
La isla de Lade, hogar de nereidas,
es ahora promontorio unido a tierra.
Las olas del piélago no blanquean,
sus orillas, al paso de naves de curvadas quillas,
en un infatigable batir de remos,
huyendo del brillante torbellino,
a atracar en puerto seguro.
Por los restos de bloques calcáreos,
bien tallados de la ciudad que, fue cuna del saber,
solo transita el silencio,
que mueve, según Anaxímenes
el invisible y primitivo aire.
Los pasos de un pastor, cobijado
bajo un caperuza de cuero duro,
protegiéndose de un fuerte aguacero,
principio de todas las cosas,
suenan lentos y sin destino,
le sigue un exiguo rebaño,
interesado en degustar las hierbas,
que entre las talladas piedras sale.
Ha dejado de llover al entrar
en el ágora descolumnada.
Se sienta sobre un bloque calcáreo.
Diariamente contempla esta explanada,
donde se discutía, hace siglos,
la constitución material del mundo.
Con el único sonido de las esquilas,
sin más principios de las cosas,
definido y finito,
que el que marcan los días,
necesarios para acrecentar su rebaño.
En la cara de un cubo de piedra,
un rayo, entre nubes, de sol
divide en diagonal el cuadrado...
¡ Qué ruinas tan elocuentes ! Y de qué forma tan magnifica las acompaña el poema
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