Ha venido a quedarse el silencio

Ha venido a quedarse el silencio
donde silencio ya había,
perdiéndose sus límites entre,
la tarde que caía, sin estrépito,
y el monte azul que de ella tira.
Un viento, fingiéndose brisa,
se inventa caricias, 
mueve las hojas, con soplos
de sombra y rayos que terminan,
imitan a inquietos pájaros
y estos, quietos en la rama, miran
sin trinar, los pasos lentos del astro
recogiendo los rayos en su aljaba.

Una mirada

Una mirada hace posible que el vacío se exprese
y en una hermosa primavera
refrescada por el abanico de las luces
los ojos, van y vienen en cada parpadeo
viajando sobre el mar encrespado de la nada
enfrentándose al viento infinito,
dando forma y color, creándolo todo.

Solo con un ligero parpadeo,
aparece la rosa y su fragancia,
desprendida e inundando el espacio,
la rama del haya y sus refrescantes hojas,
el diminuto mundo de la gota de rocío.
Ojos de silencio y dulce tumulto interno.

Monotonía

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El hombre en la orilla del mundo

El hombre en la orilla del mundo
espera que la última ola salobre lo lleve, 
como Caronte, hacia la otra orilla,
en la potencia extendida de las aguas,
encrucijada quimérica de la vida,
que ansía perpetuarse más allá del horizonte
cuando ya la barca al puerto ha arribado.

El único movimiento, al suave vaivén de las olas,
los ojos entreabiertos a los dorados rayos del ocaso.
Un brazo caído empuja la mano hacia
la fragancia húmeda del agua salada,
como queriendo regresar a su reposo,
volver a ser origen, materia o despojo.
Invitándote a ser la piel desnuda del planeta.

Los sueños

Los sueños soñados van
atados a la ternura del agua 
por el riachuelo de la vida
sin más prisa que la ansiedad
que tiene, de recibirlos, el mar.
Van llegando en multitud,
seleccionados por las olas,
los barcos llenan su carga soñada,
buscan un puerto sin importar el mapa.
Complacidos los astros hacen guiños,
¡constelaciones de sueño!.
La luna, sabedora del ensueño, 
agita el agua en un vaivén mareal,
meciendo los sueños,
                     en el mar del olvido.

La soledad de la tarde.

La soledad de la tarde golpea contra las hojas
que caen solitarias y lentas por ausencia de viento.
En un matorral, dos pájaros se mecen en la rama,
sin trinar se miran y miran absortos el silencio,
que se adorna en sucesivas oleadas.
Apuntalándose en sus colores la tarde,
avanza lentamente en esas horas inciertas,
en que las sombras de las cosas se alargan
y parece que el tiempo se ha muerto,
donde aún falta para ver las estrellas,
que el sol incendie, con llamaradas trémulas,
el fondo donde se unen cielo y tierra,
derrumbando todo y resolviendo las sombras.