El agua en su oscilación inquieta,
sube y moja la piedra labrada en caliza.
En el descenso de la oscilación,
liberado el sillar,
brillaba en la oscuridad y se destacaban
algas verdes plateadas, pegadas a su superficie.
Como saliendo de un oscuro abismo
una gruesa maroma tensa, se enrollaba
como serpiente al negro metálico noray,
emitiendo un chillido sordo por el roce.
Mirando fijamente a la bocana del puerto,
una gaviota, iluminada, como el conjunto,
por un farol herrumbroso, espera la llegada
de los pesqueros cargados de comida,
en una arribada ansiada pero segura.