La sequedad arraigada en la corteza,
del viejo tronco, aún erguido del árbol,
sin el vaivén de las ramas, ahora sin hojas,
árido y desnudo como estatua, anclada
en las profundidades desmenuzadas
de sus desnudas y sedientas raíces,
lo deja sin rastro de esplendores pasados.
Él, ocupa aún sitio de privilegio en el bosque,
al pie del camino,
donde creció hacia los libres vientos.
No da sombra. Engulle y reposa la luz del día,
encrespando más y más su corteza.
En el encalmo de la noche recupera aromas
de hinojos y espliego y algo de humedad
del también reseco y cercano arroyo.