Ya los últimos rayos de un sol cansado, acarician la superficie dorada del trigal. No hay un horizonte aserrado para irse, solo una lejana línea al final, y caerá volviendo, a pesar de tu cansancio, iluminando, desde otro lado, la muchedumbre muda del trigal, calentando en la mañana un nuevo día, y tu, con tu cansancio y en la tarde, nostálgico del tibio calor de los ocasos, a la búsqueda de la piedra y del árbol, donde, con rutina te sientas y reposas, a la espera del horizonte por donde marchar.
