Sentado a solas en la habitación,
la tarde va entregando las luces
al sol que se marcha hacia el ocaso.
En las manos el libro que estoy leyendo.
Las páginas murmuran en secreto,
los versos de un poeta ilustrado:
quejas de amor y olvido,
manzanas podridas de la dicha.
Pausa.
Levanto la vista del murmullo.
Recorro la habitación hacia un rayo,
último, terminal y casi sin color,
que ilumina un inédito rincón
donde una mosca pone la escala.
Me deslizo por el borde superior de un cuadro,
hasta llegar a la ventana desde donde
se asoma la rama de un árbol.
Me balanceo en ella junto a un petirrojo
que no para de piar, anhelando del sol
los rayos, al alba, volver a ver.
La vista vuelvo a los versos
y no recuerdo cómo van los amores
del poeta y vuelvo a empezar.
