El pueblo habitado

El pueblo ya no es lo que era.

Una sola calle acoge, adosadas,

todas las casas en la ladera.

Nieva algo en invierno y llueve en primavera

reverdeciendo árboles y prados.

Los pasos han tenido tiempo de echar raíces.

Apoyado en el bastón, hecho a navaja, de avellano,

torcido un poco en la desgastada empuñadura,

rompe el silencio sólo ocupado por el chorro de la fuente.

Recuerdos perdidos se enredan en los pasos

y el cansancio de años le hacen parar.

Se apoya en el poste del cierre de la huerta.

Aún con energía tienta la sujeción del madero

y mira, con costumbre de mirar,

al otro lado del valle. 

Mira largamente.

Gastado y duro. Se sabe el nombre 

de cada rincón de lo que ve. 

Vigía al detalle de lo cercano.

Cierra los ojos, permanece pensativo.

Al abrirlos repite la emoción del paisaje,

cotidiano e imperceptible al cambio.

Sentado en la fuente contempla el caño.

Parece la misma agua siempre.

En una gota salpicada en una piedra,

cree reconocer la sed del tiempo pasado.

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