Bien calibradas naves, con su robusta quilla,
cortan un mar que se confunde con el cielo
a la búsqueda del codiciado material.
El mar con su delicada espuma, decían,
se ha petrificado formando un blanco monte.
En la isla nunca antes habían visto un barco así:
Espléndido velamen y armoniosos remeros,
gentes con bellas túnicas en cubierta.
Los parios contemplaban en la orilla el prodigio,
que siguieron, admirados, hasta la cantera.
Allí midieron, observaron pasando la mano
sobre los blancos y brillantes bloques
de espuma originaria, movidos por andrajosos
esclavos ajenos a la belleza bruta
que encierran esos bloques aún sin talla.
Los compradores miden y calculan
cuántas tejas, saldrán de ellos para completar
la cubierta del templo a la diosa en Atenas.

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