He respondido a la llamada del bosque, que desde el verde insistente me llamaba. No he podido articular palabra, aunque no creo que una respuesta esperara. "Vuelve a recorrer los caminos ¡tan hollados¡ aun hay mucha vida que enseñarte, antes que el sol desaparezca en el ocaso. Detrás de aquel anciano roble hay unas rocas y a su lado florecen escilas que nunca antes habías observado. Extasíate ahora que aún pueden tus pupilas, mientras te deleitas con los trinos de un mirlo al que no ves pero no importa, lo oyes. Carga la memoria de nuevos y repetidos instantes. Nublados como están los sentidos por los años. aún hay mucha vida que enseñarte"
Una armonía recobrada al paso de la tormenta se fue instalando poco a poco. Las hojas de los árboles fueron recobrando su posición, más erguida, al dejar de escurrir las últimas gotas. El arroyo, casi en silencio antes, ahora suena en su hablar con la diminuta arena que lava y transporta, hacia un mundo de raudales abiertos. Una luz gris opaca, de un sol aún escondido, va iluminando escaso los rincones. En las tejas aún cuelgan algunas gotas, aumentando su grosor hasta caer estrelladas en el húmedo suelo. Un caracol aprovecha esa humedad para favorecer su desplazamiento. En el cristal tan solo dos gotas, eligen camino para llegar al final.
Esquiva como la noche cuando la aurora lanza su primer haz rosado, como una pincelada de pintor muerto, saliéndose del lienzo apresurada. Rauda la memoria deposita en el olvido, hasta los pasajes de la vida más cotidianos, en un giro extenuante de recuerdos, emblanquecidos ya por una luz opaca. Imposible distinguir su contenido. La mirada en blanco y el ademán cansado, busca la hermandad necesaria, con una medio sonrisa de extrañeza, para que un cuerpo, ya sin nadie, pueda hilvanar los hilos sueltos de su vida, ya casi terminada.
Por las afueras del pueblo caminando hacia la era, en esa hora en que la tierra se estremece alargando los muros exentos de hiedra, se adelanta la figura, larga, tumbada en los secos rastrojos por un sol caído en el ocaso. El paseo llega hasta la solitaria encina. de la que cae su esplendor dorado, alguna paloma ronronea en las ramas, del morado cielo surgen silenciosas y en orden algunas presurosas estrellas. Llega la noche en La Mancha.