Lo que me dice el bosque

He respondido a la llamada del bosque,
que desde el verde insistente me llamaba.
No he podido articular palabra, aunque
no creo que una respuesta esperara.
"Vuelve a recorrer los caminos ¡tan hollados¡
aun hay mucha vida que enseñarte,
antes que el sol desaparezca en el ocaso.
Detrás de aquel anciano roble hay
unas rocas y a su lado florecen escilas
que nunca antes habías observado.
Extasíate ahora que aún pueden tus pupilas,
mientras te deleitas con los trinos de un mirlo
al que no ves pero no importa, lo oyes.
Carga la memoria de nuevos y repetidos instantes.
Nublados como están los sentidos por los años.
aún hay mucha vida que enseñarte"

Nunca había visto ¡tan locuaz! al bosque.

Después de la tormenta

Una armonía recobrada al paso de la tormenta
se fue instalando poco a poco.
Las hojas de los árboles fueron recobrando
su posición, más erguida,
al dejar de escurrir las últimas gotas.
El arroyo, casi en silencio antes, ahora
suena en su hablar con la diminuta arena
que lava y transporta,
hacia un mundo de raudales abiertos.
Una luz gris opaca, de un sol aún escondido,
va iluminando escaso los rincones.
En las tejas aún cuelgan algunas gotas,
aumentando su grosor hasta caer
estrelladas en el húmedo suelo.
Un caracol aprovecha esa humedad
para favorecer su desplazamiento.
En el cristal tan solo dos gotas,
eligen camino para llegar al final.

La memoria

Esquiva como la noche 
cuando la aurora lanza su primer haz rosado,
como una pincelada de pintor muerto,
saliéndose del lienzo apresurada.
Rauda la memoria deposita en el olvido,
hasta los pasajes de la vida más cotidianos,
en un giro extenuante de recuerdos,
emblanquecidos ya por una luz opaca.
Imposible distinguir su contenido.
La mirada en blanco y el ademán cansado,
busca la hermandad necesaria,
con una medio sonrisa de extrañeza,
para que un cuerpo,
ya sin nadie,
pueda hilvanar los hilos sueltos de su vida,
ya casi terminada.

Por las afueras del pueblo

Por las afueras del pueblo
caminando hacia la era,
en esa hora en que la tierra se estremece
alargando los muros exentos de hiedra,
se adelanta la figura,
larga,
tumbada en los secos rastrojos
por un sol caído en el ocaso.
El paseo llega hasta la solitaria encina.
de la que cae su esplendor dorado,
alguna paloma ronronea en las ramas,
del morado cielo surgen silenciosas
y en orden algunas presurosas estrellas.
Llega la noche en La Mancha.