Al igual que la margarita la vida tiene pétalos, o inflorescencias, que vamos con el tiempo arrancando, sin adivinar el "quiere o no me quiere" que coincida con el final. El tiempo y su historia llenaron cada pétalo blanco arrancado. El viento, ahora, los lleva al olvido y en su vuelo desprende palabras, que caen sobre el último pétalo. Ceniza de lo que ha sido tuyo.
Del agua de este río ya he bebido, aunque no supe lo profunda que era la sed. Ahora pasa, sin inquietarse, ¡como siempre! y mis labios están resecos pero sin sed. No lamento haber dejado pasar un río grande entre mis dedos sin beber una gota de él. Bajo el ciprés la sombra es estrecha. No refresca más el viento si sopla más fuerte. De las gotas bebidas no se queja, por su falta, el mar. Delante de nuestros ojos ya pasó nuestro destino, y solo queda recoger guirnaldas y banderas.
La llanura se espesa en la vastedad de los campos repitiéndose en presencia de la soledad de la nada. Bajo un cielo plano que la imita, allá en el infinito, ¡quién sabe si se juntan!. El aire amarillo de la tarde roza la tierra llevándose los estertores húmedos, ajenos a recuerdos de lluvias que no hubo. El paisaje no se queja del ardor de cada día. El tiempo pasa con lentitud las hojas resecas del libro donde no habita la esperanza, de que un día se humedezcan tanto las hojas que puedan tener una pátina de verde.
No sé si fruto del azar o que el depósito de recuerdos desbordado de contenidos, invade la mente al amanecer, al calor de las sábanas templadas, mezclando, como palabras inconexas de un texto, en un tumulto de silencios, imágenes pretéritas que existieron, junto a otras, muchas veces impertinentes, que vienen pregonando fueron ciertas. No hay tiempo marcado en el relato. Y sobre las borrosas claridades, soñadas en realidad, brinda algo de opacidad un velo, que corrige la distancia a lo real...
Pasos meticulosos por el empedrado de un camino que sube por la ladera. El agua caída de recientes lluvias, da un brillo metálico a las piedras, y entre ellas discurre el agua con ansias, al menos de río, donde sobrepasar la categoría de arroyada.
Un secreto esplendor de ceniza, envuelve el bosque con neblina. Comparto el silencio con los desnudos árboles, como columnas de un templo en ruinas que pugnan por subir a lo más alto, sus aún esplendorosos capiteles, sumergidos ahora entre la blanca niebla.
Un bosquecillo de castaños llenos de lágrimas que pendían de sus ramas en ausencia de hojas define, por un momento, de qué está compuesto el bosque. Los árboles piden sol para que salgan sus hojas, el agua busca cauces y orillas donde apoyarse, los pájaros piden al silencio que se calle, las hiedras suben raudas a adornar las copas, de un árbol, cubierto de musgo su talle.
El viento abraza a los desnudos árboles. Entre las sonámbulas nubes vacías, se cuela un azul, que ahuyenta las últimas lluvias. Allí todo lo durmiente bosteza y danza sobre las últimas grises cenizas. El agua se contorsiona entre las piedras y los árboles se estiran un poco más queriendo salirse al infinito...
La ondulada agua del río parece quieta en su vorágine, cuando el sol enciende su superficie y desde la parada e inmóvil orilla, plena soledad sin ondas, un solo árbol contempla inquieto el incendio. Lleva tiempo preguntándose ¿Adónde va el río tan constante? Ni desde las ramas más altas logra ver el ansiado destino, una vez el viento arrancó una rama y la vio flotando en el agua y alejarse. ¿Adónde va el río tan constante?
Desde una rama un mirlo, al dorado atardecer cantaba, a falta de aire las hojas cercanas se mueven, agradeciendo al mirlo su balada.
Un gélido azul se fundió en gris, conforme avanzaba, la oscuridad fue invadiendo todo a su paso. Desapareció la percepción de lo lejano y lo cercano no era más que un abismo oscuro. El parloteo ruidoso de los cantos rodados, en las invisibles aguas del arroyo, rompen el silencio de los aromas de las adelfas, acompañan al vacío oscuro, como el canto enigmático de la curuxa, un ladrido de un perro en lejanía... Hasta que salga la luna y su corte de estrellas, el abismo oscuro se llenará de silencios.
Es de noche en el erg. En el borde inestable de una duna, brilla insistente por los no rayos de la luna, un diminuto grano de cuarzo, que indiferente ante la vasta lejanía, admira desvanecerse en la oscuridad el brillo de otros granos, ¿de igual naturaleza e iluminados por iguales silenciosos resplandores? La fugacidad del tiempo parece detenida. De la oscuridad un brillante cuarzo ha caído. Con esas brisas estelares, en la duna, se mueve el borde arenoso y la estrella brillante, se desestabiliza y rueda duna abajo. Desvaneciéndose.
Temprano en la mañana cruzo la ciclópea puerta de los leones. El gris de la caliza aún no reverbera, por el calor que pronto ha de surgir de un sol que amarillea el cielo azul. La magnificencia de la puerta deja pequeñas las estancias donde habitaron los micénicos. Sobrevuela la ciudadela un águila, justo para pensar que el dios está regresando. Dejo al pensamiento volar como ella al intentar extraer la magia del mundo pétreo. Cuesta distinguir la ciudadela del gris promontorio donde está situada. La puerta, grabada en la mente desde niño, como para confirmar la memoria, surge ahora más grande y bella.
De la reluciente llanura argiva, el viento trae, olor dulce a naranjas maduras.
Las nubes sonrosadas con bordes luminosos al vacío quedan estáticas contemplando, como el alba, elimina sombras de las rocas. Desde el mar de una gota de rocío sobre la rosa tímida en la mañana, despliego velas blancas de mi barco, si el aire sopla blandamente, al navegar en el paisaje que la aurora ha pulverizado de diminutos soles y la rosa adornado con aromas.