La memoria

Esquiva como la noche 
cuando la aurora lanza su primer haz rosado,
como una pincelada de pintor muerto,
saliéndose del lienzo apresurada.
Rauda la memoria deposita en el olvido,
hasta los pasajes de la vida más cotidianos,
en un giro extenuante de recuerdos,
emblanquecidos ya por una luz opaca.
Imposible distinguir su contenido.
La mirada en blanco y el ademán cansado,
busca la hermandad necesaria,
con una medio sonrisa de extrañeza,
para que un cuerpo,
ya sin nadie,
pueda hilvanar los hilos sueltos de su vida,
ya casi terminada.

Por las afueras del pueblo

Por las afueras del pueblo
caminando hacia la era,
en esa hora en que la tierra se estremece
alargando los muros exentos de hiedra,
se adelanta la figura,
larga,
tumbada en los secos rastrojos
por un sol caído en el ocaso.
El paseo llega hasta la solitaria encina.
de la que cae su esplendor dorado,
alguna paloma ronronea en las ramas,
del morado cielo surgen silenciosas
y en orden algunas presurosas estrellas.
Llega la noche en La Mancha.

Noches

Noche, íntimamente con lo oscuro
y en lo oscuro generando sombras
que ennegrecen más la noche, solo
blancura de cristales si la luna sale.

Noche de los enamorados solitarios
insomnes a la espera de alargar el tiempo,
aguardando, quién sabe, qué cupidos,
hagan deslumbrante la noche.

Noche caliente de los enfermos
estremecidos en los abismos de la fiebre,
doblando las paredes y abriendo bocas en ellas
por donde se escapan hálitos débiles.

Noche en completa oscuridad,
aunque haya una lucecita encendida,
poblada de monstruos y fantasmas que
prestos están a saltar dentro de la cuna.

Eos cotidianamente viene a borrar
oscuros abismos y ridículos fantasmas,
con las túnicas y cadenas rotas,
empequeñecidos por la explosión de luz.

Miro desde el cristal

Miro desde el cristal la tierra física,
hasta donde la vista me deja llegar
y por el medio, como en la vida,
quedan universos sin mirar.
Encaprichado en el árbol verdecido,
en la alejada ladera,
¡precisamente la vista eligió ese!
Y vuelan por encima de otros,
enmarañadas en un todo verde
las líneas rectas invisibles de la vista.
Puntos negros cruzan, sin definir,
inflamados de viento, el azul.
Todos los sentidos inmersos
en distinguir algo de lo incierto,
van recobrando ahora su cordura
alegrándose por el vuelo de unos pájaros.
Entre la fronda vegetación otros,
entonan sus mejores trinos,
distinguidos entre las más nítidas hojas
de los abundantes árboles.
El aire huele a primavera.

Los olvidos

El tiempo va acumulando recuerdos
en el infinito desván de los olvidos,
algunos aún con latidos recientes
muestran brillos del vivir pasado.
Como una rosa languideciente,
pétalo a pétalo,
desmayados van cayendo
y el hoy ya es ayer acumulado.
Miles de hilos del desván salen
y como a Teseo le sirvió Ariadna,
prestos están para tirar de ellos
y recobrar los olvidos no olvidados.

Gota

Gozando de su hermosura, una gota,
presencia pura en el pétalo de una rosa,
agua serena,
inmóvil en la tersura, del rosado cuenco que la aloja,
espera,
el instante preciso,
el frágil vuelo y en compañía del aroma,
a depositarse en el suelo y el follaje.
De la rosa lleva sus átomos de perfume
qué resistirán bien aferrados,
los envites del impetuoso río
hasta su llegada al mar.

El río, el árbol y el mirlo

Del río pasa el agua ensimismada,
sabedora del destino que la lleva.
Transcurre lenta e idéntica a sí misma
que el álamo no para de mirarla.
El aire capta el frescor del cristal
levantándolo hacia las ramas del árbol,
y se diluye invisible en él,
sin que las hojas lo noten.
Un mirlo observa atento la escena,
y el agua impasible baja.
La luz de la tarde muestra sus oros
y entre las ramas un rayo incidente,
como una espada en diagonal,
hiere la superficie del agua.
En ese momento de la tarde
el mirlo, desde la rama empieza a cantar.
Yo creo que está diciendo a todos
lo que ocurre cuando el agua del río pasa.

Ríos

En los confines del mundo,
lugar donde tienen final todas las cosas,
el aire paralizado asienta una noche inerte,
con sombras aprisionadas sobre un lago.
De los confines de la vida y agotados
llegan con sus aguas varios ríos.
Olvidando hasta sus orígenes
llega el Leteo, con plácida corriente,
no recordando las vicisitudes del recorrido.
Cerca, el Meandro, retuerce su pesado caudal,
indeciso en sus vueltas, si entregar las aguas
o regresar a las fuentes.
El Aqueronte afligido por su escaso caudal,
mientras el Cocito llora su transformación
en apestosa ciénaga.
Todos llegan, cargados de restos de vida,
a la laguna, inmóvil, incierta e inquietante
de las aguas de la Estigia.

Por La Mancha

Parda tierra, con ausencia de agua.
Sin música en los ríos.
Es el momento en que las pajas del trigo,
muestran todo su esplendor dorado,
bajo un soplo mágico de luz.
Los montes suavizan sus laderas,
en una oscura e inclinada melancolía
ante la inevitable mutación de las horas,
delimitando los contornos del mundo.
Navegando la luna en el desvaído azul,
va pintando de morados la planicie,
antes de que la noche vaya cayendo.
Desprotegido queda el paisaje.
Sopla suave un viento fresco
y la luna ahora concentra
toda la luz que perdió el campo.

Se rompió el atardecer

No supe cuando se rompió el atardecer.
Algunas esquirlas doradas mostraron,
sin que hubiera continuidad,
que el sol cansado, como diariamente,
había cruzado el invisible ocaso.
Sin fuerza de fuego las velas se apagaron
como luces mortecinas envueltas en una niebla
tan cerrada, que parecía el cielo a ras de tierra.
Pegada al cuerpo como el mar cuando
en verano te sumerges en sus aguas.
Sin ver más allá del gris.
Ciego a todo.
La vista trocada en tacto, ahora,
extrae de la memoria objetos conocidos.
Solo los sonidos se trasmiten por el gris.
La mano acciona la manilla de una puerta.
Adentro luces encendidas iluminan
delimitando los contornos de las cosas.
Al cerrar la puerta una tenue nube gris
se va lentamente disolviendo en el aire.