Creía que era el alba,
empujando con su luz tras la ventana.
Las ramas temblorosas del cerezo,
esparcían sus blancos aromas,
que no llegaban hasta donde estaba.
También le pareció ver la alondra,
cantando y elevándose en la mañana.
El lucero, como un punto vivo, flotando,
se diluyó con la luz intensa,
en la afinidad del alba con la nada.
