Parece que el impresionarse por algo
es producto de mejores tiempos pasados.
El estremecimiento al juntar palabras,
por ejemplo,
y descubrir que significan algo.
¿cuándo dejó de ser ese algo accidental,
para volverse, invariable y cotidiano?
Descubrir el vuelo de la mariposa.
¿Cuándo fue?
Siguió el descifrar los enigmáticos,
signos y dibujos que muestran sus alas,
que darían miedo si luciera un elefante.
El invisible viento, golpeando la cara,
o doblando las copas de los árboles,
al que siempre, sin verlo, distinguimos.
Luego vinieron los adjetivos:
Fuerte, racheado, huracanado,
húmedo, vespertino, ligero.
Solo adornaban el concepto.
Fruto es todo del aprendizaje.
Ahora, ya con las tres patas,
como el acertijo de Tiresias.
¿Se agotó el aprender de la vida?
Acariciar la vida es mejor que recordarla.
Con el aire de la tarde
se mueven las ramas altas de los árboles.
El río amortigua su impetuosa voz,
quedando solo una queja en el valle.
Los ya cansados rayos, entregan
los últimos dorados al paisaje
Un remolino de arrullos trae el silencio
Se resuelven las sombras y todo se borra,
la inmensidad reducida a nada.
No valen las aceradas luces de las estrellas,
ni la plateada luz de la luna menguada,
es la noche que todo lo borra,
que todo lo iguala.
Bajo el añil una nube pasajera,
Más abajo los volcanes de Olot,
esquistos retorcidos de Creus,
Al otro lado del Ebro,
alimentado por las nieves del Pirineo.
Demanda y Sistema Central,
limitando la castellana llanura,
en donde restos pétreos de
las Cantábricas cimas, depositó
el tiempo con su cadente paso.
Hasta llegar a las Béticas
también otra llanura cruzo,
con ribetes de apagados volcanes,
Atravesando montes, de enjalbegados lugares,
llegó al mar similar a otros lugares.
¿ en dónde pongo fronteras ?
¿Dónde terminan los mares ?
El silencio ha invadido el susurrante bosque.
Las ramas henchidas de hojas guardan,
el secreto de la savia y sombra verde,
subiendo por arterias hasta lo insignificante
dejando atrás la aridez del pasado,
sonríen las hojas con los cálidos rayos,
de un sol que se inmiscuye por los huecos,
en un intento por llegar hasta las flores
diminutas que nacen en el suelo.
Al equipo de Vestigia
Hay palabras solas, nadie las usa,
esperan en un silencio florido.
No son materia, ni tiempo,
guardan en su interior
esencias dispuestas a salir
de su frasco y expandir su aroma.
Alguien, alguna vez las usó,
luego, aquí o allá, donde estuvieran,
quedan atrapadas en el olvido
donde no llegan los usos del lenguaje.
Pero el oxidado recuerdo asalta,
en vociferaciones de frases, surge
con su música, del vacío, fugaz,
mostrando su belleza plena,
imposible de tocar,
adornando con su brillo aroma,
a donde las palabras van.
El pensamiento es como un ave
que revolotea entre las hojas del pasado,
hurgando en el abismo de la vida,
recuerdos que surgen diferentes
en el deseo de modificar el ayer,
ansias de descifrar encrucijadas..
Volando entre intrincadas ramas.
formas invisibles del olvido,
sin mañana para el canto de la alondra,
desfilan como sombras en un océano perdido,
que los sentidos, reviven y transforman.
Lo que fuimos se deshace en el olvido
junto a lo que no pudimos ser,
es el luminoso presente el que conforma
y nutre la realidad, con atrezzo del pasado,
obligando al futuro a volver otra vez, hasta
extinguirse como el rayón de tiza en la pared,
cuando llega la esquina y dobla,
poniendo fin a la eternidad.
La alondra, con sus enigmáticos trinos,
tira de los hilos rosados de la aurora.
Inflamada de deseo silba a la luminosa
que todo lo inunda y vuela hacia ella
engañada por los flujos brillantes,
eligiendo rosados rayos que, al volar
hacia ellos, se transforman en vacío,
iluminando, luego, las sombras del suelo,
donde los gorriones, ahora despiertos,
picotean las perlas doradas de rocío.
Revolotean jugando con el aire en el cenit.
Es el fulgor del día.
El viento se lleva hojas y sombras
y las deja atrapadas en un rincón.
Las sombras de los árboles se alargan
se dirigen raudas a lo alto del crepúsculo,
la tarde se lleva al mundo y pasa,
la alondra canta su muda canción.
He salido al campo sin relieve.
He visto al cielo azul aplastar la tierra.
He mirado la línea, algo curvada,
donde se encuentran ellos.
Me he dirigido por un camino recto
trazado parece hasta la confluencia,
y he hecho la pregunta:
¿hasta donde he pretendido llegar?
He ido dejando amapolas rojas,
que han goteado en el amarillo
y como ojos enrojecidos de mirar al sol
han bajado ligeramente la mirada.
También me he fijado en tres piedras,
redondas, desgastadas, quietas,
en descanso de anteriores inquietudes
como su forma manifiesta.
Y no han dicho nada.
Poco a poco ha ido apareciendo
la copa oscura de una encina,
entregando su sonido a la brisa.
Solitaria, robusta de tronco
he sentido la necesidad de rodear con los brazos
la rugosidad de su piel
y me he sentado a su pie y
he recostado mi espalda en su tronco.
he descansado,
he sonreído y
he vivido
Rocas blancas mesozoicas,
resplandecientes y agrietadas cicatrices
con acantilados pavorosos
acariciados en su base por latidos
de un mar al que navegar intentas.
Gota de agua primigenia donde,
perdido ya el tiempo y su origen,
en los rincones salobres y someros
una alfombra de muertos sin ventura
fraguó el hierro de tu consistencia.
Cárcel de piedra y soledades
rutilante resplandor, cuando la luna,
Impregna de espuma tus márgenes calcáreos.
El apacible mar, siente envidia
y abombando su acuosa llanura
rompe su estructura en blancos fragmentos
que lanzando con furor marino,
contra tu frente endurecida,
la salpican de espumas y magnolias.