Noche, íntimamente con lo oscuro y en lo oscuro generando sombras que ennegrecen más la noche, solo blancura de cristales si la luna sale.
Noche de los enamorados solitarios insomnes a la espera de alargar el tiempo, aguardando, quién sabe, qué cupidos, hagan deslumbrante la noche.
Noche caliente de los enfermos estremecidos en los abismos de la fiebre, doblando las paredes y abriendo bocas en ellas por donde se escapan hálitos débiles.
Noche en completa oscuridad, aunque haya una lucecita encendida, poblada de monstruos y fantasmas que prestos están a saltar dentro de la cuna.
Eos cotidianamente viene a borrar oscuros abismos y ridículos fantasmas, con las túnicas y cadenas rotas, empequeñecidos por la explosión de luz.
Miro desde el cristal la tierra física, hasta donde la vista me deja llegar y por el medio, como en la vida, quedan universos sin mirar. Encaprichado en el árbol verdecido, en la alejada ladera, ¡precisamente la vista eligió ese! Y vuelan por encima de otros, enmarañadas en un todo verde las líneas rectas invisibles de la vista. Puntos negros cruzan, sin definir, inflamados de viento, el azul. Todos los sentidos inmersos en distinguir algo de lo incierto, van recobrando ahora su cordura alegrándose por el vuelo de unos pájaros. Entre la fronda vegetación otros, entonan sus mejores trinos, distinguidos entre las más nítidas hojas de los abundantes árboles. El aire huele a primavera.
El tiempo va acumulando recuerdos en el infinito desván de los olvidos, algunos aún con latidos recientes muestran brillos del vivir pasado. Como una rosa languideciente, pétalo a pétalo, desmayados van cayendo y el hoy ya es ayer acumulado. Miles de hilos del desván salen y como a Teseo le sirvió Ariadna, prestos están para tirar de ellos y recobrar los olvidos no olvidados.