Cuando el día se incendia
con la enigmática hoguera del ocaso,
la noche se adentra entre los árboles,
como salida de las ocultas raíces,
y surge la alegría en las estrellas, colgadas
de la ramas, por la lluvia ya pasada,
como un firmamento cercano y fijo,
a quien las estrellas miran admiradas,
creyendo verse en un espejo iluminado.
Dos firmamentos enfrentados.
Las estrellas quieren ser gotas
y acercarse más al árbol.
Las gotas suspiran por estar altas
y contemplar desde arriba al mundo,
que contiene su universo cotidiano
Atravieso el bosque
después de haber llovido.
Húmedo mundo de brillos,
de impacientes gotas,
que estáticas titilan a la espera
de un destino truncado,
El sol se inmiscuye entre las hojas,
biselando la luz de
las inquietantes gotas,
que terminan desprendiéndose,
abismándose solas,
sin pertenecer a nada,
en un infinito de secas hojas.
Rompiéndose en mil brillos,
desechos del cuerpo de agua
Triste se pasea la mirada en la noche,
cuando la luna no sale,
saltando de una estrella a otra,
formando constelaciones inexistentes,
preguntando con temor a la noche,
en la radiante unidad celeste,
sin que se entere el silencio.
Brilla el silencio en sus soledades,
estanque nocturno donde se reflejan,
temblando luces que no se mueven,
con ondas, si alguien una piedra arroja.
Abismo nocturno del negro cielo.
Sin nube o humo que acerque distancias.
Del reflejo trémulo del inmenso lago,
sentimos temor a no alcanzar sus lados.
Debilidad del hombre, ¡tan alejados los dioses!
busca, en los astros, que aquellos manifiesten
señales, en arcanos escritos. Arúspices, augures,
astrólogos merodean por las calles, ofreciendo
interpretarlo todo, al gusto de los comensales.
La noche hace un guiño a la aurora
y esta sale.
Entre ramajes de árboles asolados,
la calma repentinamente tomó posesión,
Calma de aire tibio y meditativo.
Intenso instante de la imaginación,
a la espera, prediciendo lo que acontece,
lo que en posibilidad puede llegar a ser,
distanciándose la realidad de lo imaginado.
Firmes los árboles a sus profundidades,
Se yerguen compitiendo en altura,
extendiendo sus ramas como brazos,
a la brisa que rompe la calma
e inician un baile pausado.
La vida, la existencia es esto.
Muchos días, día tras día. El decorado
también se repite y se repetirá, al final,
de los días, a cada uno asignados.
El árbol moviendo sus ramas,
al sentir el empuje del aire,
aquella nube que ligera pasa
y parece que ya la vi antes.
Y el pensamiento, movido,
por un viento huracanado,
pasa alocado como la nube
y parece que ya lo pensé antes...
De un fanal, ya en la orilla
donde el mar le brinda su herrumbre,
aún luce mortecino su fulgor,
nacarando de una libélula el ala,
como una incipiente alba imaginada.
Perdido el oficio en la popa
de buques en mares encrespados,
iluminas, como un cirio, la penumbra,
cediendo eco íntimo que atesora,
herida de luz la sombra asediada.
En esplendor lo oscuro ha quedado,
claridad vehemente e irisada,
devuelves pronto al escenario
el rostro radiante de las sombras.