Cubre tu cuerpo parte del horizonte
Interrumpiendo el inmenso acuoso,
A cada lado las olas partidas,
reparten por igual la espuma blanca.
Altivas y silenciosas pasan las nubes,
que no cubren del todo el cielo,
derramando azules estivales
ensartados en lanzas doradas,
brasas incendiando la arena.
Un intenso perfume a mar,
acompaña a una corriente de sudor
que sube desde el fondo de la arena ardiente,
en una prisa interna, desaforada,
como un mar interior de alocada ola,
rompiendo en los acantilados,
entre labios y dientes, en un beso,
infinito y permanente
En la oquedad vacía del olvido
donde van los recuerdos
a vivir otra vida en la sombra,
solo quedan resonando restos,
como ecos de un silencio dilatado.
Con prestas manos intentamos,
juntar restos y ecos en un todo,
nostalgia revivida de un pasado
horizonte de manos que ilumina
un crepúsculo de oro confinado
que aprovecha las sombras para irse.
Un amanecer claro,
con fondo de Aurora,
la alondra, alocada canta
y sube haciendo espirales,
sin presagiar el destino,
en busca de silencios ausentes
escondidos en ignotos territorios.
Cae una prematura hoja del árbol.
Inverso vuelo, a la espera de besar la tierra,
desprendiendo su alma vegetal,
clorofila ausente de vidas forestales.
Enigmático destino, el agua la recibe,
suave sobre su móvil lecho.
Imperceptible acuoso tacto.
Savia de la tierra que trinando pasa.
Espejo de la luna en la noche,
plata en mil escamas desgajada.
Trituradora de cantos en el fondo.
En un remanso y en remolino,
la hoja gira y gira en el abismo de la nada,
mientras la alondra, cortando el azul,
en silencio pasa.
El sol del mediodía presagiaba tormenta
un gris metálico iba invadiendo todo.
El viento llevaba y traía las hojas,
que el otoño había olvidado,
o dejado a modo de recuerdo,
y se encendían con los últimos rayos.
Los animales, en el atardecer prematuro,
volvían directos al establo.
Las ramas desnudas de los fresnos,
susurraban con el viento,
al murmullo del agua en el arroyo.
La contraventana de la casa golpea,
contra la pared, su rama ya olvidada.
El tiempo pasa irrepetible.
Regresa con fuerza la memoria
dispuesta, de la música, a recoger
los últimos, casi imperceptibles, acordes
de la cuerda, en la novena de Mahler,
que se extinguen en un final...
He llegado con esfuerzo
ante tu porte imponente,
deslizo mi mano
sobre tu arrugada corteza
y me aferró a ti
en un abrazo desigual.
Dicen que es bueno
sentirse uno con los árboles,
¿Con todos?
Te veo diferente.
recto, equilibrado,
sobresaliendo tu copa
por encima de los otros
para ver el algodón verde del bosque
Te cimbreas
cuando sopla el fuerte viento,
esquivas el rayo
cuando este amenaza,
dejas que la lluvia
se deslice por tu tronco
hasta llegar a las raíces,
para luego,
subir fortalecida
en vivificadora savia.
En el letargo invernal,
te dejas vestir
por un suavísimo manto
de impoluta nieve.
Cuando paso a tu lado
busco tu mirada
y mi complacencia.
Aspiro tu olor,
te siento respirar.
Y con un leve asentimiento,
de tu copa,
me dejas, por un momento,
aspirar tu savia vital.