El oro del último crepúsculo





El oro del último crepúsculo,
silencioso,
entra por la ventana.
Ya no tiene ansias de Alba.
Esta Ofelia, en la mañana,
sin darte cuenta, recogió
todas las flores de su guirnalda,
con suave brisa caminó lenta,
hacia dónde cae la tarde.
El oro ciega los ojos.
Se va el perfume de las flores.
El silencio de la luz calla.
La vida se queda quieta,
mientras, la noche aguarda

Puertas

Convivimos a todas horas con ellas
Entramos por ellas y salimos,
Diferentes opciones y también posiciones.
Para entrar se muestra agradable, vistosa.
Para salir algo más anodina e indiferente.
Las hay para dar en las narices,
con el consiguiente enfado.
Las hay sin retorno:
Coge la puerta y vete, no vuelvas...
También las que invitan a respirar:
hay que abrir puertas y que circule el aire.
Para enfatizar un enfado:
Se marchó dando un portazo, (en estos casos
siempre es buena la fortaleza de la madera).
Hay puertas que se cierran por grandes periodos:
La cárcel, la clausura, la prohibición...
¡Ansiosas de ser abiertas!
Todo se dilucida de puertas adentro,
negando la salida al exterior.
Suele ser lugar de encuentro y despedida:
desde el umbral de la puerta dijo adiós,
donde antes fue bienvenido.
Los hay que son tan amantes de las puertas,
que se las quieren poner al campo.
En un afán de optimismo,
dejó las puertas abiertas.
Algunas chirrían en sus goznes
y algunas veces se salen de quicio,
pero sin mayor trascendencia.
Son tan cotidianas, que no nos damos cuenta,
que tienen lenguaje propio.
Por eso al salir cierra la puerta...

Impresiones III

Cae lluvia,
suave, 
escasa, 
ligera,
en un cielo gris,
sin presagiar nada,
sobre el encendido bosque.
Una hoja,
en el resplandor de la vejez,
sirve de cuenca
a tan delicado caudal,
que acariciando el valle
llega sereno al ápice.
Lentamente
va creciendo
y se deja caer
en un vuelo enérgico,
 adentrándose
en el espejo de igual naturaleza
deformándolo.
Hasta el infinito

https://youtu.be/CgmZAppcvLA?si=jTr9HAWIF4wzrYPT

Sonidos del otoño

Se ha adentrado el otoño
imperceptiblemente.
Quiero ver los colores del bosque
por si coinciden con los que
en mi mente tengo acumulados:
encendidos dorados y ocres
que desprendiéndose de las ramas,
alfombran decorando todo el suelo.
He oído llegar el otoño silbando
sus ráfagas de aire, azotando
contra los cristales algunas hojas
de abedul de un verde descolorido
y algunas gotas de lluvia que
lamen y descienden por los cristales.
Acerco la mirada al paisaje
hasta hallar la menuda diferencia
que separa unas hojas de otras,
unos árboles de otros, antes
en un amasijo de grises y verdes,
sin contornos definidos.
Distancia en la que los sonidos,
surgen y se perciben más nítidos:
las metálicas hojas, perdida su humedad,
crujen al ser rozadas por el viento;
Algunas gotas caen sobre
las hojas del suelo en un sordo quejido.
El pájaro mueve la rama al iniciar su vuelo
y se escucha, tenue, vibrar la rama.

Queriendo mirar los colores del otoño
acabé escuchando sus sonidos.

En la noche

En la noche, 
en la anchura sin límites del cielo,
antes que los restos de la luna
menguante se instalen en lo alto,
como migajas caídas de una mesa,
en una eternidad cayendo,
flotan en lo oscuro las estrellas.
Enigmáticos agujeros en el telón de la noche,
vislumbrando otro lado claro y luminoso,
tan lejos que ni pueden en el río reflejarse
ni iluminar, como la luna, 
las oscuras y cercanas veredas.
Vuestras repetidas posiciones sirven
para iluminar otros caminos, pero
nada como extasiados, en la noche,
contemplar el titilar de la exigua luz,
en el abismo de la oscuridad.