Contemplo un cuadro en movimiento aparentemente inmóvil. Dos azules se juntan sin mezclarse. Las cadenciosas olas no rompen la quietud del paisaje y la orilla húmeda las acoge en su lenta muerte.
Un poco más atrás yo, petrificado, la vista en la unión de los azules, embriagado de quietud.
Por la derecha aparece un velero, blanca vela extendida, sobrevolando el agua, negando la pintura, se aleja, hasta situarse en el índigo horizonte donde permanece atrapado por la ausencia de movimiento.
Sigo en mi sitio sin saber si alguien pintó el barco o estaba ahí desde el principio.
¿Qué siente el mar cuando, constante y repetitivo se acerca a la orilla y nos acaricia los pies?
¿Qué siente el árbol, robustecido desde la semilla, luciendo ahora, su porte firme en medio de la fronda, cuando ve la implacable sierra que lo transformará en pulido mueble?
¿Sabe el agua de la fuente, surgida de ocultos huecos pétreos, que es bien recibida por los seres vivos escuchando el murmullo al saciar su sed?
¿Sabe la luna, alejada de nosotros, que la sentimos cerca, cuando sin luz nos ilumina, buscándola en la noche, con nostalgia.
¿ Sabe la rosa en su esplendor, ¡efímera belleza! que cada pétalo, ahora en perfecta armonía, tapizará, en desorden, el suelo?
¿Siente el hombre cuando el dolor, el miedo, la angustia, lo acorralan, la pertenencia a este orden misterioso: el mar, el árbol el agua la luna y la rosa...?
¿Dónde habita el olvido? ¿En qué edificio se guarda? ¿qué habitación lo atesora? ¿Dónde está colocado, en qué cajones, en que estantes...? ¿Con que orden? ¿Cómo buscar en los anaqueles ¡Tantas cosas olvidadas! ¡Tanta información vivida!
Atrapado en sordas paredes. Guardado bajo llaves, se resiste a salir y yo me resisto a perderlo.
Presentaré la documentación, rellenaré instancias y registros, iré ante los guardianes, exigiendo libertad sin condición, haré huelga de hambre, hasta que me devuelvan lo olvidado.
Grandezas humanas, envidia de los dioses, que quisieran ser los artífices de ellas, y es la propia naturaleza que con su mecanismo compensatorio tiende a mantener su esencial equilibrio, recortando lo que sobresale o desarrollando aquello que ella misma elige, correctora del equivoco comportamiento humano. Deja a los hombres libres de decidir, creyéndose diseñadores de su destino, complaciente al verlos en su incapacidad de ver el juego sin conocer las reglas, haciéndose dueño de todo, como sí sólo lo humano existiera. Mientras, desde su magnífica atalaya, como cada tarde, la madre nutricia, sustentadora de todo, se prepara en un atardecer ardiente, a despedir el día.