Escucho el silencio cargado de sonidos introduciéndose en mis oídos, como un susurro, derramándose por todo mi cuerpo como la espuma del mar cuando el barco corta la superficie ondulada. Siento esa espuma instalarse en mi cabeza buscando imágenes que correspondan con los sonidos del silencio y ajustarlos. Difícil tarea, pues hay imágenes que no encajan con silencios sonoros, pero sí con silencio. Así nos dimos el primer beso, Así descubrimos el arte de Venus y así, en silencio, dimos gracias a aquellos primitivos organismos unicelulares que perseveraron para que ahora estemos aquí, contemplando al imponente y luminoso, dador de vida, traspasar la línea de la montaña, dejándonos todo iluminado de una luz silenciosa. El sigue en su tarea de revolver en los recuerdos en busca de imágenes anodinas, nosotros seguiremos contemplando el silencio.
El mar en mayo ofrece un frescor de aluminio brillante sobre un fondo oscuro manchando también la arena que la bajamar descubre. La marea deja en la arena formas a modo de diminutas dunas que semejan las arrugas de la frente de Neptuno. No hay oleaje que interrumpa la quietud y los brillos metálicos se expanden evocando placidez. Tensado, el horizonte, brilla parcelando la imagen, de sombras y abismos que se mecen, en una ebriedad de vacío perforado.
Cuadro de Encarnación Domingo en el Ayto. de Castrillón (Asturias)
En las calles desiertas las luces de las escasas farolas dejan caer en redondo su chorro brillante destacando como espejo el suelo después de haber llovido. Alguna tardía gota de agua se desprende de la farola como gota de luz estrellándose sobre el asfalto reproduciendo una en mil humedades Nadie por la calle, todos detrás de las paredes alguna luz se atisba en las ventanas vida interior bien preservada, rica en soledades, amores frenéticos, lloros infantiles, agonía de la muerte... La vida encerrada hasta que el astro aparezca nuevamente por donde siempre anunciando nuevas ¡la noche se ha ido!
El álamo temblón en la ribera, cuando el otoño explota en un suave colorido, se adentra en un mundo envolvente de magia y sensaciones. Tiemblan sus hojas, ahora más lentamente, entrando en un sosiego, a la espera, del cotidiano y diurno momento de éxtasis. El que todo lo ilumina, también lentamente, arrastra los últimos retazos del día y con ello, la apresurada noche, va invadiendo cada resquicio, aprovechando las oscuras sombras preludió de la opaca noche. Pero antes, como despidiéndose, lanza los últimos rayos cargados de una dorada y brillante luz, que las hojas del álamo recogen, una a una, transformándolas, con el leve temblor, en una lluvia dorada, envidia de Zeus. Cada hoja recordara al luminoso durante el letargo nocturno. De esta manera contempla el atardecer, el álamo temblón en la ribera.
Busco, entre la hierba, palabras perdidas. ¡Tantas cosas dichas! a lo largo de los años, Muchas, repetidas continuamente, pero ¡ay! otras buscó con ansiedad. No recuerdo cuando y como se dijeron, pero quiero volver a revivirlas, Incorporarlas nuevamente a este equilibrio en que se mueve la vida. Estamos hechos de sueños, pensamientos, amores... que pierden sentido sin ellas. Por eso busco entre la hierba, -antes que las hojas del Otoño lo cubran todo, y acaben, quizás, pudriéndolas, para incorporarlas a los versos.