Puesta al sereno un agua clara al rato vienen a reflejarse en ella, estrellas, luna y hasta las escasas nubes de noche estrellada. Pero aunque seamos capaces de encerrar el cielo en un caldero siempre será un simulacro. No otra cosa es cuando mirándonos al espejo creemos estar viendo nuestra imagen, ilusión óptica producto del azogue, que, en su disimulada imitación, pretende engañarnos sacándonos de la realidad.
La fina y amarillenta arena no finaliza al encontrarse con el agua, continúa interminable el brillante color abarcándolo todo y el inexistente mar, que parece haberse fundido con el cielo, amenaza, empujado por el sol, desplomarse sobre la superficie ondulante. Aplastante desmesura de infinitos, que invita a frenar los pensamientos, a dejar volar los sentidos aspirando el silencio, sólo roto, por la emocionada respiración. El paisaje atrapa en su esplendor, la dureza y altanería de lo extremo. Un inmenso río, da una gran vuelta, en esta inmensidad triturada refrescando a su paso la vida, el aire y el infinito.