Entre nubes apareció la luna mostrando, completo, su pálido rostro. Hizo brillar las hierbas impregnadas del trémulo y prematuro rocío. Despertó a la rosa, engañada por la luz, exhalando su fragante perfume. Captando suaves notas flotantes del himno, aun no sonoro, del albor, para lucir, la primera y más hermosa del día.
A través del aire de la mañana, fresco y tranquilo, reposaba el paisaje en su verdor. Los plateados abedules, con sus recientes hojas, alabeaban sus copas, presumidos. La mirada descansa en las herbáceas laderas.
El cielo se cubrió de blancas nubes locas, y como ovejas correteaban en el azul. Arremolinándose, como en aprisco, se tornaron en oscuros nubarrones, que descargaron, con estruendo, su diluvio
Los iluminados manzanos acudieron, con los pétalos de sus flores, flotando como copos de nieve, en la acuosa algarabía.
Las nubes se fueron deshaciendo y nuevamente el sol con fulgor surgió, rutilante verde surgiendo del agua, nieve de los manzanos aún cayendo.
En los vidrios de las ventanas, restos de la tormenta. Gotas de lluvia atrapadas, inician sus raudos viajes, con destino claro, hacia la arroyada. Por distintos caminos bajan, encontrándose en encrucijadas, uniéndose, para más rápido ir en la bajada.
Un mirlo posado mansamente sobre la rama de un árbol. Sin movimiento, parece disecado. No hay miedo a depredadores. Me diseco también en la mirada. Espero algún leve movimiento. Los sonidos envuelven el silencio. Pero sí hay movimiento en el balanceo de los altaneros árboles, con direcciones que las brisas marcan, firmes al suelo de la herbosa pradera, niños juegan con toda clase de objetos y gritan excitados de imaginaciones. El mirlo, ajeno a todo, no se mueve. Se va moviendo en un todo
La noche visitó el jardín, como visita esperada. No tocó la puerta, recorrió todos los rincones, en busca de los últimos rescoldos, del que un rato antes brillaba.
La luna, a distancia mira, sin inmiscuirse en nada, a la espera que la noche, apagando toda llama, a todos los rincones llegue y se instale hasta mañana.
Cuando ya solo el silencio es visible, resplandece y se engalana, plateando todas las formas que antes en la noche estaban.