La lluvia caída en la tarde rellena las oquedades del suelo forma un espejo donde miro pasar las nubes liberadas, en busca de inmensos mares donde rellenar sus ubres vacías. ¡Cuánto ganan las miradas, cuando estas no son perdidas descubriendo ignotos rincones, bajo la niebla, de una vida sumergida!. El tiempo, invisible, como el aire, modula a tiempo toda superficie transforma todo a su paso, la montaña, el árbol, el hombre, la rosa. La amable luz de la luna, con su hermoso semblante, ilumina a Átropos. Nadie sino ella permanece, dispuestas y afiladas las tijeras, siempre del fatídico hilo pendiente.
El olor de las rosas se desvanece oculto en un horizonte incierto dispuesto a curar el pecho cuando a la honda soledad de la noche no llega más que negro tormento.
Va la noche hacia su muerte luminosa y el consuelo llega con viento claro. Estalla la mar en mis sentidos iluminando profundos sentimientos. Rocas emergiendo en la marea.
Alrededor, en busca de la flor, se extingue poco a poco el aroma. Ardiente el sol en lo alto, cubre de esplendor hasta lo oscuro Estrellas de la noche titilan flotando en el mar y la rosa volverá, cuando la necesite, a embriagarme con su aroma.
Un sol agónico, incendiado en llamas, derrite la fragancia de las nubes, las sombras se alargan deformando dimensiones. Así las crestas de los montes crecen y la tarde muere envuelta en su tristeza, con los últimos trinos de los pájaros. Un mirlo en su arrebato se lanza hacia el moribundo. dejando temblorosa la rama, entre un rumor de brisas, luces y humo desprendido de los verdes campos asombrados. Para no perdernos, la luna sale arrastrando consigo la inquietud de la noche. El sonoro silencio se instala. En el preámbulo de la oscuridad surgen sonidos en desorden, que auguran el fin del día. La costumbre los hace gratos. Serenan el espíritu ante el túnel de la noche, en el camino hacia la nada.
Llegan del mar deshechas olas frías. Rueda el tiempo. ¿Cuántas habrán llegado, igual de frías, mientras yo solo miraba al horizonte? Llueve sobre el agua. La tarde va dejando suavemente las sombras. Estas se acomodan en la arena, resaltando las mojadas crestas de los pasos. En el acabamiento del día he acercado mis labios a los tuyos, buscando la tibieza que las olas no traían.