Nostalgia


En la algarabía del bosque
unas urracas, revoloteaban por el aire.
Tenues sombras de difícil distinción
insertan, unos colores en otros,
dando paso a la espesura.
Una urraca se ha posado en un árbol.
El aire mueve hojas caídas en el suelo.
Algo hace tronchar una rama.
El sonido de la luz al atravesar la espesura.
El rutilante verde del musgo y
el ruido del insecto al subir por la corteza.
Parece que el tiempo aquí no transita.
Todo sucede, se agita, se altera...
Mientras yo camino alimentando la nostalgia.

¡Maldito catarro!

Una bandada de gaviotas

se levantan del montón de basura.
Restos de desperdicios en el pico.
Oscuro el ocaso apaga su fuego.
Serpientes de niebla se arrastran
envolviéndolo todo.
Las incipientes luces de las farolas,
tenues, iluminan su entorno.
Amontonadas ventanas
encienden sus interiores.
Se oye llorar a un niño.
Entre la escurridiza niebla
se siente la voz y la tos de un hombre.
Más tos que voz. Alternantes.
Al pasar por debajo de la farola
se ve que va solo. Habla con la tos.
Y esta le dice: coj, coj, coooooj...
Agarrado a la farola responde:
¡maldito catarro!

La leve luz de la tarde

Hay aquí paz para los ojos.

La leve luz de la tarde cae lentamente
desvaneciéndose en el aire,
dora las hojas que ansiosas suspiran
por un roce de la rama o una
imperceptible brisa que,
las deje caer y volar por el valle.
Los ya tímidos rayos, escasos de luz,
juegan a descender con las hojas,
como antorchas a apagarse en el río.
Depositadas, sin perturbar la corriente,
van raudas sin destino.
En un árbol de la orilla, en la desnuda rama,
un mirlo, extasiado como yo,
añade sonido al lento latir de la tarde.

La certeza del día

Al alba,

cuando las formas de las cosas
aparecen al punto que la noche retrocede,
después de cubrir de oscuridad
todo lo que la luz resalta quedando solo
retazos en las sombras,
asido a tu mano despierto
a la certeza del día.

Nubes

Es breve el tiempo para el cambio de las sombras
cuando en el cielo la abundancia es de nubes
y el sol,
sin la fuerza que lo caracteriza,
se mezcla y funde en un silencio nublado,
dispersando, así,
los grises de las sombras.

Impulsados por la generosa naturaleza
y entregados a todo lo que en ella acontece,
arroja una luz totalmente diferente a cada instante.
Observo el vacío que dejó una hoja de abedul.
Hace un rato se movía frenética ante un soplo de viento.
Ahora el vacío ni siquiera ha suplido el color que tenía.
Justo más abajo, en el suelo, junto a otras reposa.