Deslizo la vista sobre un campo de luz,
al que da color un frío y tenue sol,
lleno de formas vagas y confusas
que se vislumbran entre la neblina,
como saliendo de un oscuro sueño,
región caótica y sombría,
a la espera de despertar
en la nitidez de las cosas.
El hilo enrollado en el ovillo
ansias tiene de lienzo oscilante,
pero guardado, sin airear, en el armario queda.
La rosa, por unos rayos del sol de febrero,
animada a exponer su color y aroma sale.
Cuando el aroma extasía a los insectos,
una nieve envidiosa trunca su talle.
Como imitando al vecino, un abedul,
joven a la orilla del camino, se estira
a alcanzar las copas de los que iguala,
sintiendo ya casi el aire en sus hojas.
Con las últimas lluvias, el terreno se ha deslizado,
truncando la vertical que el árbol aspiraba.
Extasiado, a la espera del encendido ocaso,
que el sol en escarlata viste en su caída,
llegada la nostalgia en compañía,
unas nubes lo tornan en fracaso.
¿De quién es la hoja dorada en otoño?
¿De quién es el árbol que sustenta la hoja?
¿De quién es la lluvia?
¿De quién el sol?
¿Tiene dueño la luz de la tarde?
¿Y la nube, el viento, la mar?
¿Tienen dueño?
¿De quién son las palabras y sus dichos?
¿De quién es la risa y el sollozo?
¿Quién es el dueño del verde de los bosques?
¿Del frescor del agua y del sonido de la cascada?
¿Tienen dueño?
¿Tiene dueño el dueño?
Los sueños dejan, igual
que los pasos en la orilla del agua,
huellas, perecederas, firmes
que la ilusión machacona y constante,
quiere imponer a la realidad,
hasta que la ola las borra entre
espumas y silencios, dejando
leves recuerdos de su forma al retirarse.
El tiempo en la desdibujada arena,
espera que regresen con la marea.
La fuerza del sol en el ocaso,
navegando firme sobre las olas
forma una estela, de ensueño,
que se acerca a la orilla,
donde solo pudimos presentir
los deseos en la sombra.