Andar

Levántate.
No es necesario mucho equipaje
tan solo un poco de entusiasmo.
Libre observación,
sin limites a lo inmenso
sin desdeñar lo mínimo,
dejando la imaginación desatada.
Y así viendo que el final
tan ansiado del camino
aparece a cada
lado de la cuneta,

¡no existe el final!

Aquí y no allá están:
la gota de rocío sobre
la abierta rosa refrescante,
la golondrina que vuelve a su nido,
la melancolía, que a borbotones,
circula por venas y arterias
llevándote, medio exhausto,
al borde del verso
para empezar...

Átropos

La lluvia caída en la tarde
rellena las oquedades del suelo
forma un espejo donde miro
pasar las nubes liberadas,
en busca de inmensos mares
donde rellenar sus ubres vacías.
¡Cuánto ganan las miradas,
cuando estas no son perdidas
descubriendo ignotos rincones,
bajo la niebla, de una vida sumergida!.
El tiempo, invisible, como el aire,
modula a tiempo toda superficie
transforma todo a su paso,
la montaña, el árbol, el hombre, la rosa.
La amable luz de la luna,
con su hermoso semblante,
ilumina a Átropos. Nadie sino ella permanece,
dispuestas y afiladas las tijeras,
siempre del fatídico hilo pendiente.

Aromas

El olor de las rosas se desvanece
oculto en un horizonte incierto
dispuesto a curar el pecho
cuando a la honda soledad de la noche
no llega más que negro tormento.

Va la noche hacia su muerte luminosa
y el consuelo llega con viento claro.
Estalla la mar en mis sentidos
iluminando profundos sentimientos.
Rocas emergiendo en la marea.

Alrededor, en busca de la flor,
se extingue poco a poco el aroma.
Ardiente el sol en lo alto, cubre
de esplendor hasta lo oscuro
Estrellas de la noche titilan
flotando en el mar y la rosa
volverá, cuando la necesite,
a embriagarme con su aroma.

El sol agónico

Un sol agónico, incendiado en llamas,
derrite la fragancia de las nubes,
las sombras se alargan deformando dimensiones.
Así las crestas de los montes crecen y
la tarde muere envuelta en su tristeza,
con los últimos trinos de los pájaros.
Un mirlo en su arrebato se lanza hacia el moribundo.
dejando temblorosa la rama,
entre un rumor de brisas, luces y humo desprendido
de los verdes campos asombrados.
Para no perdernos, la luna sale
arrastrando consigo la inquietud de la noche.
El sonoro silencio se instala.
En el preámbulo de la oscuridad surgen
sonidos en desorden, que auguran el fin del día.
La costumbre los hace gratos.
Serenan el espíritu ante el túnel de la noche,
en el camino hacia la nada.

Olas frías

Llegan del mar deshechas olas frías.
Rueda el tiempo.
¿Cuántas habrán llegado, igual de frías,
mientras yo solo miraba al horizonte?
Llueve sobre el agua.
La tarde va dejando suavemente las sombras.
Estas se acomodan en la arena, resaltando
las mojadas crestas de los pasos.
En el acabamiento del día
he acercado mis labios a los tuyos,
buscando la tibieza que las olas no traían.

Las nadas

Para que la nada sea, al final,
justo después del último suspiro,
estertor de la muerte lo llaman,
antes también fuimos nada.
La vida, fueron sumas de nadas.
Las caricias maternales de la infancia.
Los juegos fantasiosos en la calle.
El descubrimiento de uno y de los otros.
La llama intensa de un beso,
prolegómenos en el lindero de lo íntimo,
el brillo de las hojas mojadas de los árboles,
las contantes olas que llegan a las orillas…
...
llenos de nadas.

Como luciérnagas en la noche
iluminando el árbol del tiempo,
últimas luces que se ven
antes de los encuentros de las nadas.
¡Nada, habiendo sido todo!

Opaco

Durante muchos años la palabra opaco
y su concepto asociado, me traía
la imagen de un vidrio de una ventana
que el maestro ponía como ejemplo
y al que todos intentábamos traspasar
con la mirada para comprobar el efecto.
Yo recuerdo quedar estupefacto ante
¡Tanta maravilla! al alcance de la vista.
Con ella recorría el aula en busca de ejemplos
que el maestro pudiera usar y en qué casos,
Pensando que en la arquitectura de la escuela
se había previsto todo como material didáctico.
En una brusca brisa, con la ventana abierta,
de un golpe, se hizo añicos el vidrio.
Después de permanecer el hueco tapado
con un papel de periódico, un día
estaba sustituido por uno transparente.
Pero el maestro nunca lo utilizó como concepto.

Soy un cuerpo sentado al pie de un roble

Soy un cuerpo sentado al pie de un roble.
La espalda cansada recostada sobre el tronco
que se yergue derecho hacia el cielo,
por donde sube la vista hasta perderse,
mirando al mundo fugaz y sin sorpresa,
al paso alocado de los días,
percibido por el pausado ritmo del pecho.
El tiempo transcurría, entre los rayos
de un sol filtrado entre las ramas,
después que en las nubes se abriera una ventana,
y el aire que hacía vibrar las hojas más cercanas.
Con el canto de los pájaros contaba
los intervalos de los trinos y silencios.
El trayecto del caracol, lentamente,
recorriendo sin pausa una hoja.
Y todo estar en un orden parecía.
El desorden yo lo introducía,
ante la impaciencia del tiempo que no para.
en el olvido natural del día…

Lo que me dice el bosque

He respondido a la llamada del bosque,
que desde el verde insistente me llamaba.
No he podido articular palabra, aunque
no creo que una respuesta esperara.
"Vuelve a recorrer los caminos ¡tan hollados¡
aun hay mucha vida que enseñarte,
antes que el sol desaparezca en el ocaso.
Detrás de aquel anciano roble hay
unas rocas y a su lado florecen escilas
que nunca antes habías observado.
Extasíate ahora que aún pueden tus pupilas,
mientras te deleitas con los trinos de un mirlo
al que no ves pero no importa, lo oyes.
Carga la memoria de nuevos y repetidos instantes.
Nublados como están los sentidos por los años.
aún hay mucha vida que enseñarte"

Nunca había visto ¡tan locuaz! al bosque.

Después de la tormenta

Una armonía recobrada al paso de la tormenta
se fue instalando poco a poco.
Las hojas de los árboles fueron recobrando
su posición, más erguida,
al dejar de escurrir las últimas gotas.
El arroyo, casi en silencio antes, ahora
suena en su hablar con la diminuta arena
que lava y transporta,
hacia un mundo de raudales abiertos.
Una luz gris opaca, de un sol aún escondido,
va iluminando escaso los rincones.
En las tejas aún cuelgan algunas gotas,
aumentando su grosor hasta caer
estrelladas en el húmedo suelo.
Un caracol aprovecha esa humedad
para favorecer su desplazamiento.
En el cristal tan solo dos gotas,
eligen camino para llegar al final.