Atardecer del álamo

El álamo temblón en la ribera,
cuando el otoño explota en un suave colorido,
se adentra en un mundo envolvente
de magia y sensaciones.
Tiemblan sus hojas,
ahora más lentamente,
entrando en un sosiego, a la espera,
del cotidiano y diurno momento de éxtasis.
El que todo lo ilumina, también lentamente,
arrastra los últimos retazos del día
y con ello, la apresurada noche,
va invadiendo cada resquicio, aprovechando
las oscuras sombras preludió de la opaca noche.
Pero antes, como despidiéndose,
lanza los últimos rayos cargados
de una dorada y brillante luz,
que las hojas del álamo recogen,
una a una, transformándolas,
con el leve temblor,
en una lluvia dorada, envidia de Zeus.
Cada hoja recordara al luminoso
durante el letargo nocturno.
De esta manera contempla el atardecer,
el álamo temblón en la ribera.

!Por fin! La primavera

La luz blanca
De la flor del cerezo
Aumento su brillo
Con el atardecer.
Y yo lo contemplaba.

Vuela un pétalo
Con delicada suavidad
Sin rumbo fijo.
Seguro que llegara a destino.

Los brillos
De las hojas del níspero
Cuando el aire las mueve,
Forman una algarabía
De luz.

¿Se cansan los árboles
De aguantar tantas flores?
Soy yo el cansado,
Ellos se decoran
Y se me olvida mi estado.

Veo sosiego,
Calma, quietud
En el paisaje.
¿Cómo atraparlo?

Nieva bajo el cerezo
Pero distingo
Que es primavera.

El agua cristalina
Del arroyo
Mueve el canto
Pero el destino
Esta lejos.

Un abejorro
Revolotea
Una espléndida
flor de hortensia,
Y se va.

Palabras

Busco, entre la hierba,
palabras perdidas.
¡Tantas cosas dichas!
a lo largo de los años,
Muchas, repetidas continuamente,
pero ¡ay!
otras buscó con ansiedad.
No recuerdo cuando y como se dijeron,
pero quiero volver a revivirlas,
Incorporarlas nuevamente
a este equilibrio en que se mueve la vida.
Estamos hechos de sueños, pensamientos, amores...
que pierden sentido sin ellas.
Por eso busco entre la hierba,
-antes que las hojas del Otoño lo cubran todo,
y acaben, quizás, pudriéndolas,
para incorporarlas a los versos.

Simulacro

Puesta al sereno un agua clara
al rato vienen a reflejarse en ella,
estrellas, luna y hasta
las escasas nubes de
noche estrellada.
Pero aunque seamos capaces
de encerrar el cielo en un caldero
siempre será un simulacro.
No otra cosa es
cuando mirándonos al espejo
creemos estar viendo
nuestra imagen, ilusión óptica
producto del azogue, que,
en su disimulada imitación,
pretende engañarnos
sacándonos de la realidad.

Sahara

La fina y amarillenta arena
no finaliza al encontrarse con el agua,
continúa interminable el brillante color
abarcándolo todo y el inexistente mar,
que parece haberse fundido con el cielo,
amenaza, empujado por el sol,
desplomarse sobre la superficie ondulante.
Aplastante desmesura de infinitos,
que invita a frenar los pensamientos,
a dejar volar los sentidos
aspirando el silencio, sólo roto,
por la emocionada respiración.
El paisaje atrapa en su esplendor,
la dureza y altanería de lo extremo.
Un inmenso río, da una gran vuelta,
en esta inmensidad triturada
refrescando a su paso la vida,
el aire y el infinito.

Cuando el jilguero

Cuando el jilguero
asoma su cabeza
desde el canalón donde vive
siento su compañía.

¿Qué piensa la masa verde?,
¿Qué piensa cada árbol?.
Me miran con sus formas inmóviles.
Tienen vida,
pero su pensamiento, está en mi.

Echo en falta diariamente
las garzas en la orilla del río.
Su quietud me inquietaba,
Su vuelo me fascinaba.
Desconozco cuando volverán.
Yo las espero.

Un tronco de árbol
varado en el río.
Un pato limpia su plumaje sobre él.
¿Se quedará el tronco?

86400

Ochentayseismilcuatrocientos,
veintiocho letras para nombrar
tan sólo cinco números.
Representan mucho cada día.
Despertamos a lo inesperado,
con afán de dejarnos sorprender
por lo conocido, hurgamos en el vacío
que llenándose de lo cotidiano,
va descubriendo nuevas posibilidades.

Cuarentaytresmildoscientos,
Numerosas letras aún,
pero el indicador numérico señala,
inexorable, la reducción de cantidad.
Que importa ese dato, aquí el día
esta en su mejor momento,
no estoy para números.

Veintiunmilseiscientos,
Es algo tarde ya, empiezo a estar cansado,
debería tomar un respiro.
Y ese número ahí, raudo
hacia el final y al principio al mismo tiempo.
Me sumerjo en los aromas de la tarde
pensando en el número inicial,
ese será otro día, de este,
aún me quedan, segundos que degustar...

Funesta condición humana

Funesta, fatigosa, aborrecida
y odiada condición humana
que has permitido, que una parte,
muy pequeña de los tuyos, imponga
un dominio férreo sobre el resto,
alimentándose con divinales manjares,
danzando y cantando en hermosos coros
como sí de inmortales olímpicos se tratase,
mientras quitan lo esencial a la mayoría,
para mantener ese puesto en el Olimpo.
¿Hasta cuándo permitirás en tu seno,
estos comportamientos?
¿Serán las parcas capaces de eliminar
esa desviación, hasta que no quede
semilla para poder perpetuarse?
Ni los inexistentes dioses pueden
cambiar la situación, pues si existieran,
es probable que estuviesen de su lado.
El Olimpo es grande cabemos todos
y si es muy alto y da vértigo,
reunámonos en la llanura,
¡es inmensa! y todos estaremos
a la misma altura

Caminos

Siento mis pisadas
en caminos, para mi desconocidos,
pero antes muy transitados,
por ajetreos cotidianos,
por búsqueda del placer lejano,
caminando hacia el aprendizaje
con pies aún delicados.
Estas piedras que jalonan el camino,
ahora olvidadas,
eran la compañía del caminante
que reconociéndolas,
extraía la información que mostraban.
como modernas señales
en las vertiginosas carreteras.
Busco en esos lugares tranquilos
las huellas de otros tiempos,
que me figuro plácidos,
aunque no mejores.
Cada paso que doy,
procuro no alterar un orden
que pervive aún,
a otros pasos inexorables
que me han permitido adentrarme
en la esencia del pasado.

Caída la hoja miro

Caída la hoja miro
alejarse raudo el aire
mientras otra hoja busca
que la ciña por su talle.

Leve crepúsculo viene
el aire desafina,
un mirlo se detiene
y mirando al sol afina.

Luchan las sombras
por ser sombras sin aire
hay en la orilla candelas
para no perderse nadie.

Los últimos rayos gimen
espantados por la noche
no pertenecen a ella, dicen
sin mostrar ningún reproche.

Los deseos disipados
de una luna que no brilla
el búho, los ojos clavados
allá abajo en la arcilla.