El álamo temblón en la ribera, cuando el otoño explota en un suave colorido, se adentra en un mundo envolvente de magia y sensaciones. Tiemblan sus hojas, ahora más lentamente, entrando en un sosiego, a la espera, del cotidiano y diurno momento de éxtasis. El que todo lo ilumina, también lentamente, arrastra los últimos retazos del día y con ello, la apresurada noche, va invadiendo cada resquicio, aprovechando las oscuras sombras preludió de la opaca noche. Pero antes, como despidiéndose, lanza los últimos rayos cargados de una dorada y brillante luz, que las hojas del álamo recogen, una a una, transformándolas, con el leve temblor, en una lluvia dorada, envidia de Zeus. Cada hoja recordara al luminoso durante el letargo nocturno. De esta manera contempla el atardecer, el álamo temblón en la ribera.
Busco, entre la hierba, palabras perdidas. ¡Tantas cosas dichas! a lo largo de los años, Muchas, repetidas continuamente, pero ¡ay! otras buscó con ansiedad. No recuerdo cuando y como se dijeron, pero quiero volver a revivirlas, Incorporarlas nuevamente a este equilibrio en que se mueve la vida. Estamos hechos de sueños, pensamientos, amores... que pierden sentido sin ellas. Por eso busco entre la hierba, -antes que las hojas del Otoño lo cubran todo, y acaben, quizás, pudriéndolas, para incorporarlas a los versos.
Puesta al sereno un agua clara al rato vienen a reflejarse en ella, estrellas, luna y hasta las escasas nubes de noche estrellada. Pero aunque seamos capaces de encerrar el cielo en un caldero siempre será un simulacro. No otra cosa es cuando mirándonos al espejo creemos estar viendo nuestra imagen, ilusión óptica producto del azogue, que, en su disimulada imitación, pretende engañarnos sacándonos de la realidad.
La fina y amarillenta arena no finaliza al encontrarse con el agua, continúa interminable el brillante color abarcándolo todo y el inexistente mar, que parece haberse fundido con el cielo, amenaza, empujado por el sol, desplomarse sobre la superficie ondulante. Aplastante desmesura de infinitos, que invita a frenar los pensamientos, a dejar volar los sentidos aspirando el silencio, sólo roto, por la emocionada respiración. El paisaje atrapa en su esplendor, la dureza y altanería de lo extremo. Un inmenso río, da una gran vuelta, en esta inmensidad triturada refrescando a su paso la vida, el aire y el infinito.
Ochentayseismilcuatrocientos, veintiocho letras para nombrar tan sólo cinco números. Representan mucho cada día. Despertamos a lo inesperado, con afán de dejarnos sorprender por lo conocido, hurgamos en el vacío que llenándose de lo cotidiano, va descubriendo nuevas posibilidades.
Cuarentaytresmildoscientos, Numerosas letras aún, pero el indicador numérico señala, inexorable, la reducción de cantidad. Que importa ese dato, aquí el día esta en su mejor momento, no estoy para números.
Veintiunmilseiscientos, Es algo tarde ya, empiezo a estar cansado, debería tomar un respiro. Y ese número ahí, raudo hacia el final y al principio al mismo tiempo. Me sumerjo en los aromas de la tarde pensando en el número inicial, ese será otro día, de este, aún me quedan, segundos que degustar...
Funesta, fatigosa, aborrecida y odiada condición humana que has permitido, que una parte, muy pequeña de los tuyos, imponga un dominio férreo sobre el resto, alimentándose con divinales manjares, danzando y cantando en hermosos coros como sí de inmortales olímpicos se tratase, mientras quitan lo esencial a la mayoría, para mantener ese puesto en el Olimpo. ¿Hasta cuándo permitirás en tu seno, estos comportamientos? ¿Serán las parcas capaces de eliminar esa desviación, hasta que no quede semilla para poder perpetuarse? Ni los inexistentes dioses pueden cambiar la situación, pues si existieran, es probable que estuviesen de su lado. El Olimpo es grande cabemos todos y si es muy alto y da vértigo, reunámonos en la llanura, ¡es inmensa! y todos estaremos a la misma altura
Siento mis pisadas en caminos, para mi desconocidos, pero antes muy transitados, por ajetreos cotidianos, por búsqueda del placer lejano, caminando hacia el aprendizaje con pies aún delicados. Estas piedras que jalonan el camino, ahora olvidadas, eran la compañía del caminante que reconociéndolas, extraía la información que mostraban. como modernas señales en las vertiginosas carreteras. Busco en esos lugares tranquilos las huellas de otros tiempos, que me figuro plácidos, aunque no mejores. Cada paso que doy, procuro no alterar un orden que pervive aún, a otros pasos inexorables que me han permitido adentrarme en la esencia del pasado.