De la cantera de Paros arrancado de su origen un blanquísimo bloque marmóreo aguarda, sobre rodillos, a ser transportado. La madre roca, desde su herida, lo contempla con tristeza. Tu destino no será esquina de templo. Confía en tu belleza interior y no olvides tu procedencia. Otros hermanos saldrán tras de ti. En un lugar os esperan, hombres hábiles, que con sus cinceles, y a golpes, os quitaran estas rústicas vestiduras mostrando el moldeado cuerpo de una Venus o el musculoso torso de un Hermes. Seréis admirados por todos. y recordad, que antes, grandes fuerzas sin cinceles, os formaron también para ser admiradas en destinos menos importantes. Yo seguiré aquí, testigo de vuestra procedencia,
Contemplo un cuadro en movimiento aparentemente inmóvil. Dos azules se juntan sin mezclarse. Las cadenciosas olas no rompen la quietud del paisaje y la orilla húmeda las acoge en su lenta muerte.
Un poco más atrás yo, petrificado, la vista en la unión de los azules, embriagado de quietud.
Por la derecha aparece un velero, blanca vela extendida, sobrevolando el agua, negando la pintura, se aleja, hasta situarse en el índigo horizonte donde permanece atrapado por la ausencia de movimiento.
Sigo en mi sitio sin saber si alguien pintó el barco o estaba ahí desde el principio.
¿Qué siente el mar cuando, constante y repetitivo se acerca a la orilla y nos acaricia los pies?
¿Qué siente el árbol, robustecido desde la semilla, luciendo ahora, su porte firme en medio de la fronda, cuando ve la implacable sierra que lo transformará en pulido mueble?
¿Sabe el agua de la fuente, surgida de ocultos huecos pétreos, que es bien recibida por los seres vivos escuchando el murmullo al saciar su sed?
¿Sabe la luna, alejada de nosotros, que la sentimos cerca, cuando sin luz nos ilumina, buscándola en la noche, con nostalgia.
¿ Sabe la rosa en su esplendor, ¡efímera belleza! que cada pétalo, ahora en perfecta armonía, tapizará, en desorden, el suelo?
¿Siente el hombre cuando el dolor, el miedo, la angustia, lo acorralan, la pertenencia a este orden misterioso: el mar, el árbol el agua la luna y la rosa...?
¿Dónde habita el olvido? ¿En qué edificio se guarda? ¿qué habitación lo atesora? ¿Dónde está colocado, en qué cajones, en que estantes...? ¿Con que orden? ¿Cómo buscar en los anaqueles ¡Tantas cosas olvidadas! ¡Tanta información vivida!
Atrapado en sordas paredes. Guardado bajo llaves, se resiste a salir y yo me resisto a perderlo.
Presentaré la documentación, rellenaré instancias y registros, iré ante los guardianes, exigiendo libertad sin condición, haré huelga de hambre, hasta que me devuelvan lo olvidado.
Grandezas humanas, envidia de los dioses, que quisieran ser los artífices de ellas, y es la propia naturaleza que con su mecanismo compensatorio tiende a mantener su esencial equilibrio, recortando lo que sobresale o desarrollando aquello que ella misma elige, correctora del equivoco comportamiento humano. Deja a los hombres libres de decidir, creyéndose diseñadores de su destino, complaciente al verlos en su incapacidad de ver el juego sin conocer las reglas, haciéndose dueño de todo, como sí sólo lo humano existiera. Mientras, desde su magnífica atalaya, como cada tarde, la madre nutricia, sustentadora de todo, se prepara en un atardecer ardiente, a despedir el día.
Miro mis manos sobre las rodillas, reposo la cabeza sobre el respaldo del sillón y veo caer lentamente la tarde. Hay un cambio en las luces, aquella rama de arce, iluminada por un rayo de sol que las nubes filtran. Sigo los saltitos del gorrión picoteando el suelo, que, satisfecho levanta la cabeza y mira no sé a qué. Los árboles aislados, generan sombra sobre la pradera. Una suavísima brisa mueve las ya algo resecas hojas del cerezo, que vibran como si un bóreas soplara. Un silencio sonoro lo invade todo en sutil orquestación. Tardíos aromas de madreselva me llegan lentos, queriendo quedarse, en esta quietud repleta.
La primera mirada matinal después de en la noche morirse un poco, surge ansiosa, apurada, excitada por agarrarse al esplendoroso día. Un verde lo invade todo en una mancha indescriptible que poco a poco va mostrando lo que contiene. La mirada sigue inquisitiva y se adentra por los huecos que el rutilante color permite deteniéndose en la rama de un árbol. Todo está en orden y desde la rama, como cada día, volar por los colores adentrándose en sus misterios, celebrando la vida retomando los cielos.
Constante ir y venir. Suavemente unas veces. Impetuosa y golpeante otras eres la dueña de todo. El acantilado, quieto, espera tu cambiante carácter y aunque es duro, se entrega como víctima al altar de la insaciable demolición. Dices que son otros los que guían tus actos, que estás atada a sus caprichos. Gea se queja de tantos golpes y Eolo, colgado de uno de sus cuernos, se ríe y corteja a Selene.
En las calles desiertas las luces de las escasas farolas dejan caer en redondo su chorro brillante destacando como espejo el suelo después de haber llovido. Alguna tardía gota de agua se desprende de la farola como gota de luz estrellándose sobre el asfalto reproduciendo una en mil humedades Nadie por la calle, todos detrás de las paredes alguna luz se atisba en las ventanas vida interior bien preservada, rica en soledades, amores frenéticos, lloros infantiles, agonía de la muerte... La vida encerrada hasta que el astro aparezca nuevamente por donde siempre anunciando nuevas ¡la noche se ha ido!