La hoja y el Céfiro

Una hoja, perdido el verde,
se ha adentrado en el zaguán,
movida por un suave Céfiro.
Intermitentes movimientos,
como últimos aleteos de un ave 
hieren, el suelo, con los bordes resecos.

Del árbol en la rama era parte.
Sin miedo al abismo, pendía del peciolo,
sujeta firme, moviendo su talle.

Solo llorar puede cuando la lluvia cae,
lágrimas verdes, por no poder volar.
Hasta que con una brisa certera,
inicia una danza, con el aire cogido a su talle,
describiendo círculos y piruetas,
en una lánguida ingravidez,
eternizando la danza contra el tiempo,
suave, como un rayo de luz,
descendiendo ya en un vuelo sin retorno.

Paisaje interior

Entre los árboles, la luna enramada,
viste de plata algunas hojas,
pétalos de día en el abismo de las sombras.
En silencio y colgados de las ramas,
los delirios musicales de los pájaros,
sonidos estridentes al sol matinal
fraseo lento, soliloquios, en el ocaso.
Las luces de las casas encendidas,
dejan ver el paisaje a través de las ventanas,
vida cotidiana repetida en cada estancia.
El cielo derribado, del día, hace balance 
la oscuridad reflejada en los rostros cansados,
el ladrido de un perro en la lejanía,
la noche entra por las ventanas
mezclando sombras con sombras
hasta que la luz se apaga,
destruido todo por el silencio,
como si la vida acabara.

Fugacidad

                            (A Charo)

Pasan volando hojas verdes de abedul
cuando un rayo de sol entre nubes,
penetra a través de los cristales 
e incide, en la pared, justo ahí,
debajo de uno de los cuadros con paraguas.
Casualidad que haya dejado de llover.
Antes ese punto, sin sol, permanecía anodino,
callado, insignificante y ahora, rato llevo,
ensimismado en él, a la espera que el tiempo
defina la fugacidad de un cambio.

La luz del ocaso siega

La luz del ocaso siega
las últimas yerbas de la tarde.
Una luz ya cansada, 
con contornos geométricos,
se dibuja en el techo a través de la ventana.
Siega tan fino, que en sombras,
alarga el final de la tarde,
haciendo el cielo más alto,
en la encrucijada fugaz del día y de la noche,
antes que el manto de estrellas
cuelguen en el abismo
sus diminutas luces, ojos
que vigilan en la oscuridad,
la esperanza dulce y espaciosa.

Camino solitario

Camino solitario paralelo al río.
Exuberante naturaleza que va tapando,
labores pretéritas de manos ya idas.
Musgos que verdean muros de piedras,
cerrando haciendas abandonadas.
El río, como antes, sigue saltando 
en los escollos del cauce.
No se notan cambios en el discurrir de las aguas.
Mantiene el ritmo de la naturaleza.
Un molino, con el tejado hundido, grita
desde su muela de piedra por seguir 
la actividad tiempos ha perdida,
mientras la invisible polilla invade,
a ritmo lento, toda la estructura de madera.
En la puerta, sin que nadie lo haya evitado,
ha crecido un fresno, erguido como lanza.
Entre el abandono, siempre aparecen indicios
de que todo sigue y seguirá perpetuándose...

Ariadna

Despierta del cálido y dulce  letargo.
La alondra  indica la vigilia.
Un escalofrío recorre su cuerpo
y no solo por el frescor de la escarcha en la mañana.
En la arena, lecho que albergó a los amantes,
aún un destello de tibieza despunta cuando,
en turbada expresión, tienta con la mano.
Nada dicen los pájaros en su gorjeo,
tampoco las constantes olas que se acercan a la orilla.
Un punto marcado en el horizonte indica
cuán lejos está la cóncava nave.
Subida en lo alto del promontorio,
que más adelante albergara el templo de Apolo, 
rompe los vestidos y a modo de estandarte
agita el peplo con desesperada aflicción,
 a la espera de que la nave modifique el rumbo,
desapareciendo el punto en una línea.

¡Tierra! ¡Tierra!

Asegura los estayes del trinquete al bauprés
y en homogénea materia navegada,
el ritmo a la deriva te ira llevando,
las olas contra el casco, nácar blanco,
ondulando en vaivenes la planicie,
abismos que florece el horizonte
agrupados en un acorde de color infinito.
Repiten sinuosos los signos desde dentro.
El enigma del fin es lo que cuenta,
envueltos en la seda sucesiva,
no hay estrellas que marquen el destino.
Una forma crispará cielo y seda
acorde con la ley, límite y borde,
y en alegre anáfora gritando,
¡tierra! ¡tierra!

Silencio

Al fondo se va el murmullo de los vientos
en lo profundo del silencio: el silencio.
Se pasea por el tiempo, sin ruido,
ocupando el espacio, sin forma.
en parajes profundos donde no llega
el grito de angustia del hombre,  
de sus amores, de sus risas, de sus llantos.
¡Silencio!
Escucha la protesta interminable,
acompaña a las lágrimas y al dolor,
al rechinar de dientes de la tortura 
que supone una vida encadenada
a vivir sin presente y sin mañana.
Escucha la esperanza que nuevamente renace
del dolor de cada día.
¡Grita! ¡Hazte hombre!
Rompe el silencio y ¡hazte oír!

Brillos de primavera

La luz blanca
De la flor del cerezo
Aumento su brillo
Con el atardecer.
Y yo lo contemplaba.

Vuela un pétalo
Con delicada suavidad
Sin rumbo fijo.
Seguro que llegara a destino.

Los brillos
De las hojas del níspero
Cuando el aire las mueve,
Forman una algarabía
De luz.

¿Se cansan los árboles
De aguantar tantas flores?
Soy yo el cansado,
Ellos se decoran
Y se me olvida mi estado.

Veo sosiego,
Calma, quietud
En el paisaje.
¿Cómo atraparlo?

Nieva bajo el cerezo
Pero distingo
Que es primavera.

El agua cristalina
Del arroyo
Mueve el canto
Pero el destino
Esta lejos.

Un abejorro
Revolotea
Una espléndida
flor de hortensia,
Y se va.

Ha venido a quedarse el silencio

Ha venido a quedarse el silencio
donde silencio ya había,
perdiéndose sus límites entre,
la tarde que caía, sin estrépito,
y el monte azul que de ella tira.
Un viento, fingiéndose brisa,
se inventa caricias, 
mueve las hojas, con soplos
de sombra y rayos que terminan,
imitan a inquietos pájaros
y estos, quietos en la rama, miran
sin trinar, los pasos lentos del astro
recogiendo los rayos en su aljaba.