Impresiones III

Cae lluvia,
suave, 
escasa, 
ligera,
en un cielo gris,
sin presagiar nada,
sobre el encendido bosque.
Una hoja,
en el resplandor de la vejez,
sirve de cuenca
a tan delicado caudal,
que acariciando el valle
llega sereno al ápice.
Lentamente
va creciendo
y se deja caer
en un vuelo enérgico,
 adentrándose
en el espejo de igual naturaleza
deformándolo.
Hasta el infinito

https://youtu.be/CgmZAppcvLA?si=jTr9HAWIF4wzrYPT

Sonidos del otoño

Se ha adentrado el otoño
imperceptiblemente.
Quiero ver los colores del bosque
por si coinciden con los que
en mi mente tengo acumulados:
encendidos dorados y ocres
que desprendiéndose de las ramas,
alfombran decorando todo el suelo.
He oído llegar el otoño silbando
sus ráfagas de aire, azotando
contra los cristales algunas hojas
de abedul de un verde descolorido
y algunas gotas de lluvia que
lamen y descienden por los cristales.
Acerco la mirada al paisaje
hasta hallar la menuda diferencia
que separa unas hojas de otras,
unos árboles de otros, antes
en un amasijo de grises y verdes,
sin contornos definidos.
Distancia en la que los sonidos,
surgen y se perciben más nítidos:
las metálicas hojas, perdida su humedad,
crujen al ser rozadas por el viento;
Algunas gotas caen sobre
las hojas del suelo en un sordo quejido.
El pájaro mueve la rama al iniciar su vuelo
y se escucha, tenue, vibrar la rama.

Queriendo mirar los colores del otoño
acabé escuchando sus sonidos.

En la noche

En la noche, 
en la anchura sin límites del cielo,
antes que los restos de la luna
menguante se instalen en lo alto,
como migajas caídas de una mesa,
en una eternidad cayendo,
flotan en lo oscuro las estrellas.
Enigmáticos agujeros en el telón de la noche,
vislumbrando otro lado claro y luminoso,
tan lejos que ni pueden en el río reflejarse
ni iluminar, como la luna, 
las oscuras y cercanas veredas.
Vuestras repetidas posiciones sirven
para iluminar otros caminos, pero
nada como extasiados, en la noche,
contemplar el titilar de la exigua luz,
en el abismo de la oscuridad.

Cubre tu cuerpo

Cubre tu cuerpo parte del horizonte
Interrumpiendo el inmenso acuoso,
A cada lado las olas partidas, 
reparten por igual la espuma blanca.
Altivas y silenciosas pasan las nubes,
que no cubren del todo el cielo,
derramando azules estivales
ensartados en lanzas doradas,
brasas incendiando la arena.
Un intenso perfume a mar,
acompaña a una corriente de sudor
que sube desde el fondo de la arena ardiente,
en una prisa interna, desaforada,
como un mar interior de alocada ola,
rompiendo en los acantilados,
entre labios y dientes, en un beso,
                      infinito y permanente

En la oquedad vacía del olvido

En la oquedad vacía del olvido
donde van los recuerdos 
a vivir otra vida en la sombra,
solo quedan resonando restos,
como ecos de un silencio dilatado.
Con prestas manos intentamos,
juntar restos y ecos en un todo,
nostalgia revivida de un pasado
horizonte de manos que ilumina
un crepúsculo de oro confinado
que aprovecha las sombras para irse.

La alondra y la hoja

Un amanecer claro,
con fondo de Aurora, 
la alondra, alocada canta
y sube haciendo espirales,
sin presagiar el destino, 
en busca de silencios ausentes
escondidos en ignotos territorios.

Cae una prematura hoja del árbol.
Inverso vuelo, a la espera de besar la tierra,
desprendiendo su alma vegetal,
clorofila ausente de vidas forestales.
Enigmático destino, el agua la recibe,
suave sobre su móvil lecho.
Imperceptible acuoso tacto.
Savia de la tierra que trinando pasa.
Espejo de la luna en la noche,
plata en mil escamas desgajada.
Trituradora de cantos en el fondo.

En un remanso y en remolino,
la hoja gira y gira en el abismo de la nada,
mientras la alondra, cortando el azul,
en silencio pasa.

El sol del mediodía

El sol del mediodía presagiaba tormenta
un gris metálico iba invadiendo todo.
El viento llevaba y traía las hojas,
que el otoño había olvidado,
o dejado a modo de recuerdo,
y se encendían con los últimos rayos.
Los animales, en el atardecer prematuro,
volvían directos al establo.
Las ramas desnudas de los fresnos,
susurraban con el viento,
al murmullo del agua en el arroyo.
La contraventana de la casa golpea,
contra la pared, su rama ya olvidada.

El tiempo pasa irrepetible.
Regresa con fuerza la memoria
dispuesta, de la música, a recoger 
los últimos, casi imperceptibles, acordes
de la cuerda, en la novena de Mahler, 
que se extinguen en un final...

Árbol

He llegado con esfuerzo
ante tu porte imponente,
deslizo mi mano 
sobre tu arrugada corteza
y me aferró a ti
en un abrazo desigual.

Dicen que es bueno 
sentirse uno con los árboles,
¿Con todos?
Te veo diferente.
recto, equilibrado,
sobresaliendo tu copa
por encima de los otros
para ver el algodón verde del bosque

Te cimbreas
cuando sopla el fuerte viento,
esquivas el rayo
cuando este amenaza,
dejas que la lluvia 
se deslice por tu tronco
hasta llegar a las raíces,
para luego,
subir fortalecida
en vivificadora savia.
En el letargo invernal,
te dejas vestir 
por un suavísimo manto 
de impoluta nieve.

Cuando paso a tu lado
busco tu mirada
y mi complacencia.
Aspiro tu olor,
te siento respirar.
Y con un leve asentimiento,
de tu copa,
me dejas, por un momento,
aspirar tu savia vital.

Cuando el día se incendia

Cuando el día se incendia 
con la enigmática hoguera del ocaso,
la noche se adentra entre los árboles,
como salida de las ocultas raíces,
y surge la alegría en las estrellas, colgadas
de la ramas, por la lluvia ya pasada,
como un firmamento cercano y fijo,
a quien las estrellas miran admiradas,
creyendo verse en un espejo iluminado.

Dos firmamentos enfrentados.
Las estrellas quieren ser gotas
y acercarse más al árbol.
Las gotas suspiran por estar altas
y contemplar desde arriba al mundo,
que contiene su universo cotidiano

Atravieso el bosque

Atravieso el bosque
después de haber llovido.
Húmedo mundo de brillos,
de impacientes gotas,
que estáticas titilan a la espera
de un destino truncado,

El sol se inmiscuye entre las hojas,
biselando la luz de
las inquietantes gotas,
que terminan desprendiéndose, 
abismándose solas,
sin pertenecer  a nada,
en un infinito de secas hojas.
Rompiéndose en mil brillos,
desechos del cuerpo de agua