Engaño

Entre nubes apareció la luna
mostrando, completo, su pálido rostro.
Hizo brillar las hierbas impregnadas
del trémulo y prematuro rocío.
Despertó a la rosa, engañada por la luz,
exhalando su fragante perfume.
Captando suaves notas flotantes
del himno, aun no sonoro, del albor,
para lucir, la primera y más hermosa del día.

Confunde la luna, con las luces del alba

La tormenta

A través del aire de la mañana,
fresco y tranquilo,
reposaba el paisaje en su verdor.
Los plateados abedules, con sus recientes hojas,
alabeaban sus copas, presumidos.
La mirada descansa en las herbáceas laderas.

El cielo se cubrió de blancas nubes locas,
y como ovejas correteaban en el azul.
Arremolinándose, como en aprisco,
se tornaron en oscuros nubarrones,
que descargaron, con estruendo, su diluvio

Los iluminados manzanos acudieron,
con los pétalos de sus flores,
flotando como copos de nieve,
en la acuosa algarabía.

Las nubes se fueron deshaciendo
y nuevamente el sol con fulgor surgió,
rutilante verde surgiendo del agua,
nieve de los manzanos aún cayendo.

En los vidrios de las ventanas,
restos de la tormenta.
Gotas de lluvia atrapadas,
inician sus raudos viajes,
con destino claro, hacia la arroyada.
Por distintos caminos bajan,
encontrándose en encrucijadas,
uniéndose, para más rápido ir en la bajada.


Un mirlo posado


Un mirlo posado mansamente
sobre la rama de un árbol.
Sin movimiento, parece disecado.
No hay miedo a depredadores.
Me diseco también en la mirada.
Espero algún leve movimiento.
Los sonidos envuelven el silencio.
Pero sí hay movimiento
en el balanceo de los altaneros árboles,
con direcciones que las brisas marcan,
firmes al suelo de la herbosa pradera,
niños juegan con toda clase de objetos
y gritan excitados de imaginaciones.
El mirlo, ajeno a todo, no se mueve.
Se va moviendo en un todo

Imagen bajada de la red

La noche

La noche visitó el jardín,
como visita esperada.
No tocó la puerta,
recorrió todos los rincones,
en busca de los últimos rescoldos,
del que un rato antes brillaba.

La luna, a distancia mira,
sin inmiscuirse en nada,
a la espera que la noche,
apagando toda llama,
a todos los rincones llegue
y se instale hasta mañana.

Cuando ya solo el silencio es visible,
resplandece y se engalana,
plateando todas las formas
que antes en la noche estaban.

Diego Hodge

El castaño

Ha crecido el castaño sin casi darme cuenta.
Hace años lo planté en otros amaneceres,
cuando la vida se sentía inabarcable.
Hoy, al atardecer, los rayos del sol,
con un ruido de tractor al fondo,
iluminan las ramas aún desnudas,
del ya robusto y erguido castaño.

La piel del árbol, tersa y fina,
la mía menos tersa y arrugada.
Efecto abrasivo del tiempo,
desprendiendo olor a fruta mustia,
a hojas húmedas en otoño.

¿Qué pensará el árbol al verme?
Recuerdo cuando lo planté,
siendo él un retoño de no más que un palmo,
pensé en verlo hacerse grande
y ahora, casi sin darme cuenta
y con el sonido de tractor al fondo,
un mar me llena los ojos,
rompiendo en una gran ola de alegría.

Libres vientos

Libres vientos, que soplan del olvido,
arrastran y borran, de mi memoria,
como aguas presurosas del río,
palabras y ensoñaciones vividas.
¿En qué lugar las acumulas?
Quiero revivirlas ahora
y no sé dónde buscarlas.
Tiro de una palabra
y resulta algo incomprensible.
Luna interponiéndose entre el sol.
Eclipse que va ocultando todo.

Heráclito

                       “Ningún hombre se sumerge
dos veces en el mismo río


Precedido por la dama de rosados dedos,
Febo, espolea los glaucos corceles
que tiran briosos e imparables del carro
donde los vivificantes rayos, renovándose cada día,
descubren ahora, las formas que la ciega noche negó.

Es verano y en dirección al Caistro baja,
por la calle enlosada, acercándose al templo,
de la diosa nutricia, plagado de columnas,
hecho para permanecer en el tiempo.

Pasea a la orilla del río, que lento,
arrastra y deposita su carga.
Al puerto llegan cóncavas naves,
empapadas las maderas del proceloso mar
Ha repetido el paseo día tras día,
en la aparente constancia de permanencia.
El agua le invita a mojar la mano
y si puede, atrapar agua y movimiento.
Repite la acción, sonríe
y mira con nostalgia el agua pasada.

Empédocles

Las olas de un mar calmado,
llegan con constancia,
a la arenosa y desolada orilla.
A pocos metros se yerguen,
aún altivas, deseosas del volver
al origen, en el sudor de la tierra,
esbeltas columnas del que fue
templo de Apolo en Selinunte.

Empédocles, sentado
en la pétrea escalinata del templo,
contempla, el sudor azul celeste,
suavemente ondulado y plateando
en las crestas de su superficie,
anhelando recuperar la naturaleza
anteriormente unida y ahora separada.
"Nunca los elementos cesan de cambiar
de lugar continuamente..."

Se levanta acomodando el tribón.
Una mano apoyada en la estriada columna,
la otra extendida por alcanzar "el sudor de la tierra"

Tierra baldía

Tierra baldía, pelado yermo.
Lago en invierno sin viento
que levante metálicas olas,
ausente de algas por dentro.
Acre olor a podrido,
como el agua enturbiada de un florero,
donde las rosas ya ajadas,
han perdido el fresco perfume
que las define y reconoce.
Lúgubre pensamiento,
de la entristecida tarde,
cipreses en hilera, de inclinadas copas,
señalan la solitaria y definitiva senda
donde la muerte camina,
entre los rescoldos del tiempo,
apagando todo intento
de simular un futuro

Hijas de la memoria

Fabuladas por las hijas de la memoria,
iban entregando sosegadamente:
tardes apacibles de verano,
el tic tac del reloj antes de sonar la alarma,
el barco inmóvil en el horizonte,
el gorjeo interminable de los pájaros,
el crujiente sonido de los pasos en otoño,
espacios de tiempo vacíos,
la mirada detenida en lo diáfano
viniendo cegada de lo oscuro,
la pintura verde de la mesa algo desconchada,
la diminuta ola mojando los pies,
el suspiro hondo que aleja el cansancio,
...
y como las hojas de un libro,
Iban pasando, extraídas del olvido,
retazos de vida acumulada.