Ha crecido el castaño sin casi darme cuenta. Hace años lo planté en otros amaneceres, cuando la vida se sentía inabarcable. Hoy, al atardecer, los rayos del sol, con un ruido de tractor al fondo, iluminan las ramas aún desnudas, del ya robusto y erguido castaño.
La piel del árbol, tersa y fina, la mía menos tersa y arrugada. Efecto abrasivo del tiempo, desprendiendo olor a fruta mustia, a hojas húmedas en otoño.
¿Qué pensará el árbol al verme? Recuerdo cuando lo planté, siendo él un retoño de no más que un palmo, pensé en verlo hacerse grande y ahora, casi sin darme cuenta y con el sonido de tractor al fondo, un mar me llena los ojos, rompiendo en una gran ola de alegría.