Tierra baldía, pelado yermo.
Lago en invierno sin viento
que levante metálicas olas,
ausente de algas por dentro.
Acre olor a podrido,
como el agua enturbiada de un florero,
donde las rosas ya ajadas,
han perdido el fresco perfume
que las define y reconoce.
Lúgubre pensamiento,
de la entristecida tarde,
cipreses en hilera, de inclinadas copas,
señalan la solitaria y definitiva senda
donde la muerte camina,
entre los rescoldos del tiempo,
apagando todo intento
de simular un futuro
