Las horas de la mañana, como doradas rosas y violetas, lucen destellantes, alocadas en danza, sobre el azul juvenil que las embriaga.
En ámbar dorado, las del mediodía, elevan los brazos al cenit, giran y se mueven lánguidas, entre una brisa cálida y sestean descansando a la orilla del río.
Como grises sombras salen, las horas del crepúsculo, con túnicas grises y trasparentes, dejan pasar los agónicos rayos, de un sol ya no visible.
Las horas de la noche, enlutadas, caminan a paso presto y marcado, haciendo sonar campanillas, de ruido sordo, llamando, a alguna de las otras horas rezagadas.