Se desliza raudo ladera abajo
un Abrego tempestuoso y cálido.
Corre la neblina que,
pacientemente instalada en el valle,
escribía con transparente tinta
leyendas para ser contadas
en inamovibles tardes.
Un revuelo de hojas altera la quietud.
Los árboles se doblan cimbreantes,
los animales levantan la testuz,
buscando la nube que anuncie
la ansiada agua en el secano.
Navegan las nubes
empujadas por la surada,
llenarán canales y acequias,
y pintarán de verdes los campos.
