Para que la nada sea, al final, justo después del último suspiro, estertor de la muerte lo llaman, antes también fuimos nada. La vida, fueron sumas de nadas. Las caricias maternales de la infancia. Los juegos fantasiosos en la calle. El descubrimiento de uno y de los otros. La llama intensa de un beso, prolegómenos en el lindero de lo íntimo, el brillo de las hojas mojadas de los árboles, las contantes olas que llegan a las orillas… ... llenos de nadas.
Como luciérnagas en la noche iluminando el árbol del tiempo, últimas luces que se ven antes de los encuentros de las nadas. ¡Nada, habiendo sido todo!