Soy un cuerpo sentado al pie de un roble. La espalda cansada recostada sobre el tronco que se yergue derecho hacia el cielo, por donde sube la vista hasta perderse, mirando al mundo fugaz y sin sorpresa, al paso alocado de los días, percibido por el pausado ritmo del pecho. El tiempo transcurría, entre los rayos de un sol filtrado entre las ramas, después que en las nubes se abriera una ventana, y el aire que hacía vibrar las hojas más cercanas. Con el canto de los pájaros contaba los intervalos de los trinos y silencios. El trayecto del caracol, lentamente, recorriendo sin pausa una hoja. Y todo estar en un orden parecía. El desorden yo lo introducía, ante la impaciencia del tiempo que no para. en el olvido natural del día…