He salido a ver el atardecer. Nada especial, tan solo que va menguando muy lentamente la luz. Sin colores ni aromas especiales. ¡cómo tantos atardeceres!
Un canto de pájaro en la escasa luz, rompe el silencio y no lo veo. Busco en la fronda desnuda de un árbol, de allí me llegan los briosos trinos, que se expanden en el oscuro verde del prado. En mi insistencia por verlo cantar, pierdo parte del momento mágico que él fabrica. Enigmático y misterioso. Abierto al paisaje y deseoso de él. Desde su inexistencia escucho su delicioso canto.